Un reyezuelo juega al ajedrez
Por Lucas Lucatero/Kriptón.mx
En la antigua edad media el rey, hasta el más déspota, estaba obligado a proteger a sus súbitos, pues la riqueza del reino y de los nobles dependía de la estabilidad de los lacayos.
Lo escribí en este medio, en un artículo de opinión, a finales del 2022 (“Los dos tendones de Aquiles”): el gobierno de nuestro estado arrastra una serie de cuentas pendientes con la ciudadanía: su seguridad. Cada semana, o de a diario, leo malas noticias. Cuando no es un ajuste de cuentas en un taller mecánico, son motociclistas arrollados, agresión a la prensa en Ciudad Valles por parte de quienes, se supone deberían de salvaguardarnos, abusos de autoridad de la Guardia Nacional, el caso preocupante (y mucho) del secuestro de todo un equipo de futbol infantil que se dirigía a Zacatecas o la corrupción rampante y descarada en la Universidad Politécnica de San Luis Potosí.
Personas cercanas a mí, en muy distintos rubros, han expresado sentirse incómodamente inseguras, además de que apuntan al gobierno en turno como el culpable. Dicen por ahí muchas y muchos que si el gobierno no hace nada es porque está coludido. Es impresionante el silencio, también. El reyezuelo, en un juego pírrico de ajedrez, sacrifica a sus peones, nos abandona a merced del otro jugador: el crimen organizado.
En ese artículo de opinión de 2022 mencioné el ejemplo de Rudolph Giuliani, cómo logró limpiar la Gran Manzana, Nueva York. Empero, en nuestra sociedad mexicana inmersa hasta de cuerpo entero en la corrupción, todas las medidas serán insuficientes y vanas. ¿Tenía razón un nefando expresidente al asegurar que la corrupción es una práctica inherente y cultural a nosotros? Quizá sí. Viene a mi “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España” donde se menciona cómo nuestros nativos “le untaban las manos con oro” a los españoles con la finalidad de que obtuvieran lo deseado y ya se largaran. Probablemente en ese punto se originó en nuestro subconsciente una práctica que ha dañado el tejido social y que ha alcanzado a todas, absolutamente todas las instituciones. El caso de un integrante de la renombrada y acaudalada familia potosina, los Maya, detenido estos días en Italia, sólo refuerza lo dicho.
Las constantes desapariciones y feminicidios, varios en zona huasteca y la nula respuesta de órganos encargados de impartir justicia, además de preocupante es indignante, puesto que dichos órganos no están capacitados ante esta ola de violencia, ni siquiera para responder con comunicados expeditos y veraces que aclaren la información.
No hade mucho, pero sí poco antes de lo que hoy se vive en Sinaloa, leí, para un trabajo de corrección de estilo, una investigación de dos filósofos de la Universidad Autonoma de Sinaloa (Roberto Mendieta y Arturo Lizárraga) titulada “¡La plebada anda al 100!: juventud y narcocultura en México”. Básicamente, este artículo se resume en la responsabilidad que recae en la sociedad al mitificar y hacer apología del narcotráfico en muchas facetas de la vida cotidiana (cine, series televisivas, marcas, etc.), no obstante, quien dejó crecer este monstruo fue el Estado.
“Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”. Ojalá, potosinas y potosinos siguiéramos el ejemplo de las marchas de protesta en Culiacán, de la indignación y la exigencia; ojalá todos boicoteáramos los espectáculos con la inasistencia, shows que son paliativos de horas (ni siquiera días) del dolor y del miedo. Pero no. Pupulus circus et panis, decían los romanos.
Mientras tanto, sigamos aguantando que en este juego de ajedrez el reyezuelo sacrifique a sus peones.