“De vez en cuando”
Por Joserra Ortiz/Kriptón.mx
“Now and Then” es un suceso extraño: una canción de los Beatles que se lanzó mundialmente el día 02 de noviembre de 2023, 53 años después de que se separa el “cuarteto de Liverpool”. La banda de John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr continúa siendo, hasta hoy, la agrupación más importante e influyente de la historia de un género musical muy amplio y lleno de variedades, que simplemente hemos de llamar Rock and Roll. Junto al Jazz y más tarde el Hip Hop, este ritmo fue la gran innovación musical del siglo XX, y el motor de una serie de cambios y transformaciones definitivas de la psique, la sociabilidad y la cultura humanas. Hasta donde sé, y puede que me equivoque, la anécdota es esta: Yoko Ono, la viuda de Lennon, tenía un par de cintas viejas con la voz del difunto cantando la última canción que compuso el grupo en su conjunto hace más de cincuenta años. Harrison, el otro desaparecido de la banda, había grabado hace unas tres décadas algo del acompañamiento en guitarra, y gracias a la tecnología desarrollada por el cineasta Peter Jackson, el de “El señor de los anillos”, pudieron trabajar con lo que había, tan solo añadiendo una sesión con una orquesta de estudio y los arreglos e instrumentaciones de McCartney y Starr. La pieza se estrenó con un video que rescata, gracias a la tecnología contemporánea, imágenes en movimiento de los que ya no están junto a los que aquí siguen, tanto en su juventud como en su tercera edad.
Soy melómano y me gustan mucho los Beatles, por lo que, en parte, celebro este hallazgo de la arqueología nostálgica y la tecnología aplicada. Sin embargo, más allá de la anécdota, me asalta una pregunta: ¿era esto necesario? Los Beatles no existen ya y desde mucho antes de que yo naciera. Supongo que, como todo, la marca es una compañía viva que produce dividendos millonarios y sostiene a muchas familias, además de enriquecer diariamente a los sobrevivientes de aquella innovadora banda que transformó a la sociedad global con el mismo impacto definitorio que una guerra mundial o una revolución industrial. Pero, con todo y esto, ¿acaso vale la pena que exista una canción que no es, ni de lejos, lo mejor que compusieron jamás los mismos músicos del Sargento Pimienta?
En ese sentido, también vale la pena preguntarse aquello que seguramente muchos ya han dicho: ¿es realmente una canción de los Beatles, si la mitad de la agrupación no participó de la producción final, y, sobre todo, de la decisión de hacerla pública? Esto me recuerda el caso de los libros póstumos, un fenómeno muy común en el campo literario. Muchos autores mueren de pronto sin haber dejado nada en orden y sus herederos, junto a algunos estudiosos, críticos y editores, se dan a la tarea de esculcar entre sus papeles para ver si hay algo más que valga la pena y pueda venderse. La mayoría de las veces, movidos más que nada por la codicia, tienen que dar los manuscritos inconclusos a otros escritores, con o sin reconocimiento, para que den un tratamiento final al libro que terminarán publicando. Si no existiera el exquisito caso de Kafka y alguna excepción célebre como “La conjura de los necios”, de John Kennedy Toole, diría que el resultado de publicar papeles de muertos es siempre malo. Recientemente, por cierto, lo tiene advertido Salman Rushdie sobre la “nueva” novela de Gabriel García Márquez que sus deudos publicarán en 2024: no debería salir a la luz, fue escrita durante la demencia senil que padeció el Nobel. La avidez monetaria siempre puede más.
Los artistas crean y luego deciden qué se le da al público y que no. Quizá al inicio de cualquier carrera hay menos pudor sobre lo que se comparte, porque no se ha producido todavía suficiente material, ni se ha conseguido una verdadera poética y estética propia que demuestre el valor artístico, discursivo y hasta ideológico de quien produce. Muchos escritores, por ejemplo, empiezan dando a la imprenta, en revistas y antologías minoritarias, cualquier cuento que tienen a la mano, con la finalidad única de aparecer en el campo para pertenecer a él. Los pininos de los artistas plásticos están poblados de exposiciones colectivas donde quizá, tal vez, no se sabe muy bien cómo pero sí, un cuadro de un pintor cabe junto al de otro sin que medie entre ellos correspondencia alguna. Con el tiempo, quienes llegan a convertirse en verdaderos artistas, sin renegar de su pasado desisten de repetirlo, lo obvian sin ocultarlo, y son cuidadosos de solo mostrar y dar a sus públicos aquellos de lo que están completamente convencidos, orgullosos y gustosos.
Los Beatles, por ejemplo, empezaron su carrera tocando versiones de otros, incluida alguna canción folclórica (“My Bonnie”), pero cuando finalmente lograron éxito con sus propias composiciones, y establecieron un sonido reconocible como único de ellos, con canciones como “Love Me Do”, “She Loves You” o “Please Please Me”, no volvieron al pasado ni cometieron impertinencias después: fueron siempre muy cuidadosos de cada nueva canción, y paulatinamente, de cada nuevo álbum que era planeado como todo un concepto artístico total. Luego, cuando las divergencias creativas y existenciales de los cuatro músicos fueron incompatibles, se separaron y no volvieron a grabar nunca juntos. Hasta ahora, en esta época en que las computadoras no solo producen fantasmas con las reliquias que abandonó el ayer, sino que incluso puede llamar al engaño con productos ficticios y paradójicamente reales: las redes sociales están llenas de videos en donde una Inteligencia Artificial produce la voz de un artista muerto para cantar canciones contemporáneas, o incluso que juegan con el registro de una estrella del momento para crear versiones de éxitos de otros. Sin profundizar en esto por ahora, solo me interesa anotar que en esta época nuestra discusión debería centrarse, cuando menos en parte, en la validez artística de estos sucesos, así como en si entran en la categoría de lo real y tangible, de lo material, o si son una ilusión inconsecuente que nos está hundiendo cada vez más en una extraña sombra de lo que un día, no hace mucho, fue la esencia creativa del ser humano.
Pienso en todo esto, porque, a final de cuentas, la existencia de una canción nueva de los Beatles me parece problemática. Ese mundo, su mundo, el mundo de los Beatles ya se había acabado, y no hace poco: hace medio siglo. Desde su separación, hasta la fecha, nuestra sociedad ha cambiado bastante y les pertenece a otros, no a ellos. Considero que son un monumento a una época muy importante del desarrollo histórico de la humanidad, pero que ideológicamente no pertenecen al espíritu del tiempo presente. Paul McCartney, Ringo Starr y Yoko Ono claro que son contemporáneos nuestros, pero su pasado no debe ser nuestra actualidad. Eso sí, sé bien de antemano que ninguna industria neoliberal produce nada por mera benevolencia y beneplácito. Vivimos en una sociedad que está totalmente echada al tributo al pasado inmediato y a vivir recordando los años de juventud y adolescencia. Nos negamos a deshacernos de ideales de eterna juventud y constante reafirmación de que existimos en este mundo, a través de la perenne reaparición de nuestros viejos ídolos disfrazados de sus versiones juveniles. Ahí está el festival de emo y punk “When We Were Young”, o la gira interminable del “90s Pop Tour”, la reunión semanal de Timbiriche o los nunca suficientes tours de despedida de Kiss, Ozzy Osbourne y personajes similares. Entiendo que más allá del diálogo artístico que llegara a producir la canción “Now and Then”, hay intereses económicos muy fuertes: la gran industria del siglo XXI es la nostalgia y alguien tiene que capitalizar, quizá por última vez, a los Beatles.