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Leer el Romancero de Lorca para calmar la actualidad

Leer el Romancero de Lorca para calmar la actualidad


Por Joserra Ortiz/Kriptón.mx
En tiempos de hiperviolencia e insensibilidad, como los que vivimos actualmente en México, tal vez en todo el mundo, te recomiendo leer el Romancero gitano que publicó Federico García Lorca en 1928). Se trata de uno de los poemarios mejor conocidos y más recordados de la poesía en español del siglo XX. Es un libro que tranquiliza el alma, porque el sentimiento que lo impregna y recorre es el de la experiencia ante el mundo inmediato que deja la muerte violenta e inevitable.
Una de las particularidades del Romancero… es, como su nombre lo indica, tener como eje formal la tradición poética española más popular, contrapunteada por la experiencia gitana en la que se desenvuelven cada uno de los poemas. La versificación que durante siglos cantó las hazañas épicas del pueblo castellano, que se entretuvo en la vida de corte y sus amores y desamores, no es para nada la misma que recuerda en cada estrofa la proximidad de la muerte para uno de los pueblos más perseguidos y vapuleados, ya no sólo de la historia de España, sino de la europea en general: el gitano. Salvando las distancias del anacronismo, la recurrencia de ciertos temas, como la acción persecutora de la policía o la muerte violenta como final inexorable de toda acción, superan cualquier tradición anterior y posterior por una complicidad íntima que se formula entre verso y experiencia dolorosa. Cada imagen, cada metáfora, cada color, cada personaje escogido está condenado a la nostalgia inmediata, a la tristeza profunda y a la desesperación silenciosa pero inevitable que conlleva la presencia de la muerte.
El pueblo alegórico del que se vale el poeta, es uno descastado y perseguido aunque a la vez profundamente enraizado en lo popular y que, además, no es dueño de su destino final. Su vida le será arrancada violentamente, ya sea por intervención de la naturaleza o, principalmente, de la fuerza pública. Y las lágrimas son pocas, poquísimas. El gitano que muere, o que presencia la muerte, o que adivina que alguien más está muriendo, acepta su destino con la entereza de quien sólo busca su cama para morir decentemente, como en el famoso “Romance Sonámbulo”, ese que empieza con lo de “Verde que te quiero verde”. Los gitanos más bien viven, observan y escuchan la muerte; la entienden como experiencia y la conocen como una lucha temporal y bien asimilable. En la “Muerte de Antoñito el camborio”, por ejemplo, esta temporalidad se enmarca en el ámbito sonoro: primero hay voces, y al final, silencios.
La nostalgia del García Lorca, tiene una naturaleza dual. Por un lado, la melancolía por un presente inmediato idílico al que el poeta no pertenece pero reconoce cercano a la naturaleza y al mundo de la violencia. Lo más folclórico de la vida española, eso que suena al “temblor de cuerda” de la guitarra flamenca y a grito plañidero, impregna esta poesía de principio a fin. Hay una especie de culto por la experiencia del velorio que Lorca explota tanto en este poemario como en algunos de sus otros textos (la tragedia Bodas de sangre, es uno de los casos más representativos), y que tiene que ver con un deseo de impregnarse de un mundo que quizá no le pertenece pero que ansía. La otra naturaleza de la nostalgia es la que se lee en los poemas como un deseo de no morir, de no haber muerto; la que llama a lo perdido alabándolo; “¡Oh, ciudad de los gitanos! / ¿Quién te vio y no te recuerda? / Que te busquen en mi frente. / Juego de luna y arena”.
La nostalgia, invariablemente, empuja a la tristeza y es muy evidente notar que en todo el Romancero gitano no hay una instancia de felicidad, por mínima que sea. Todo es miedo, persecución, muerte, carencia y ausencia. Por eso me gusta leerlo hoy en día, cuando la violencia me impide disfrutar de la calle. Por eso se lo recomiendo a todos los que buscan explicarse el dolor, no lo que está sucediendo. Porque el hombre, ante un panorama como el nuestro, no puede más que desesperarse, clamar a gritos por su cama o llorar por lo “¡que se fue y no vino!”. Y no hacer más.

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joserra.ortiz@kripton.mx

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