Balumba: La discordia de un carmín
Por Didier Armas/Kriptón.mx
Revolotean en mí instantes, palabras, tragos, consejos, posturas de los autores que participaron en el Festival Internacional de Letras de San Luis, aunque eso sí, sólo una cosquilla máxima me sigue sacudiendo: el primer día del encuentro invité por acompañante a Diana Gutiérrez, y más allá de la lectura que se presenció en Palacio Municipal el día 20 de noviembre, la cena en La posada del virrey inauguró la conversación entre los 20 autores del festival, las mesas redondas convocaron al diálogo en distintas lenguas, por azares me senté en la misma mesa que Mizuki Misumi, Anne Coten, y Taiga Kobayashi, atentos y reverenciales -los autores japoneses- intercambié firmas en la antología que forma parte del Festival, y tras copas de Malbec me acerqué a todo viento a la mesa donde platicaban los franceses Serge Pey y Jean Portante. Hace más de un lustro leí el libro Nierika editado por la UNAM, donde Serge Pey aborda su aprendizaje y creación con los huicholes (cultura emparentadísima con los guachichiles) de ahí que mi interés rondara en sus vivencias en Wirikuta y los rituales con peyote. Ya en la euforia de la noche me atreví ingenuamente -sí, ingenuamente porque no consideré su calendario- a invitar a Jean Portante y Serge Pey a una travesía por aquel desierto al finalizar el Festival, claro que su réplica sensata y diplomática colindo con un no, entonces me alejé aún esperanzado con una sentencia: “Entonces traeré el desierto a ustedes”, y nos despedimos efusivamente entre risas y abrazos.
El segundo día del Festival recibí un mensaje a primeras horas de Diana a través de WhatsApp: “Querido, dejé un presente en el lobby del Hotel Museo Palacio de San Agustín para Luis García Montero y Jean Portante”, palabras más, palabras menos, y para dinamizar la historia tendré que presionar el botón de fast a esta anécdota. Dentro de cada bolsa de regalo carmín yacía un queso provolone de la región de Villa de Reyes, una nota coronaba las bolsas: “Con cariño de parte de Diana y Didier”. Tras la segunda lectura nos dirigimos al Hotel antes mencionado donde se hospedaban la mayoría de los autores con excepción de la queridísima Elsa Cross la cual llegaría el miércoles, y de Elena Poniatowska la cual por motivos de salud y recomendación médica no asistiría al Festival. Tras indagar por horas y copas sobre la vida cultural en Francia con Jean portante, me dirigí al lobby del Hotel por los obsequios. Al hacerle entrega de la bolsa Jean vulneró el engrapado y metió una sola mano como si tratara de instigar los abismos de la sorpresa, tentó y levantó las cejas: “¿es aquello del desierto?”, me dijo con un tono travieso, “sí, claro, proviene de una región semi-desértica”, le respondí, sin alertar que a partir de ese momento nos bifurcaríamos, que Portante experimentaría con los días angustia y los reveses de la indecisión, y yo con la cabeza anubada y entusiasta por el talento condensado en San Luis no divisaría su sentir.
El viernes veinticuatro sería la lectura final de todos los autores del Festival, y antes de subir al escenario, en el camerino, Jean Portante me paró en seco: “Hasta hoy por la tarde descubrí cual era el regalo, desde el inicio imaginé que se trataba de peyote”, hay que recalcar que Jean quedó sugestionado por la plática enfática y perseverante sobre los rituales con peyote que sostuvimos Serge pey y yo, y al momento de palpar el regalo y por un desconocimiento sobre la textura y dimensiones del cactus le resultó sencillo a su imaginación empatar esa figura dentro de la bolsa de regalo, “no sabía qué hacer, llegué al cuarto del hotel con la bolsa y me pregunté cuál sería el mejor sitio para guardarla, y por horas la mantuve en el closet del cuarto, pero después supuse que la mucama la encontraría y estaría en un gran problema, le mandé un mensaje a Diana (para este momento Diana y Jean ya compartían sus números telefónicos): —Muchas gracias por el regalo, pero no sé qué hacer con él, es demasiado. Ella me contestó: —Querido, el obsequio no es sólo para ti, es para que lo compartas por la noche (del miércoles) con todos los autores en el Hotel, le pides de favor a un mesero que lo parta y lo disponga al centro de la mesa”, ya la risa me desencajaba, casi quería desprenderse de mí como en un cuento de Gogol, prosiguió Jean: “desconozco las costumbres de los potosinos, pero me pareció excesivo su libertinaje, claro que la ignoré y seguí escondiendo la bolsa en el cuarto del Hotel, fatigado de moverla de un lado a otro para que no me descubriera la mucama, y el jueves decidí mandarle un nuevo mensaje a Diana: —Lo siento, pero no podré llevarme tu obsequio, no lo tomes como una descortesía, es riesgoso. Ella de buen modo: — No te preocupes, lo puedes llevar en el avión, se va ir madurando en el camino, e incluso va a saber mejor cuando llegues a París”, aclaro que Diana sólo me acompañó el lunes, por lo tanto, no podrían razonar frente a frente sobre esta confusión, “No sabía que contestarle, por supuesto que me arrestarían en el aeropuerto por narcotráfico, otra vez me pareció de lo más disparatada su recomendación. Hoy por la mañana resolví que lo mejor sería darle la bolsa a Laura Helena González (la poeta potosina que también participaba en el encuentro), comentándole que el interior guardaba un peyote. Ella se llevó la bolsa carmín y en la seguridad de su casa la abrió por completo. Me llamó por teléfono y declaró rápidamente que sólo se trataba de queso provolone”. Entre risas bonachonas Jean se disculpó por despreciar el regalo, yo sólo abrace su gesto de confianza y casi de inmediato la conductora del Festival Angélica Aragón nos solicitó unirnos a los otros autores. Sentado en la primera hilera fue un desafío mantener la compostura, y además leería un poema llamado Desnace de tono trágico y solemne, por lo menos sería de los últimos al pasar al podio y lograría amansar –brevemente- ese indómito cosquilleo.