HomeESTADOLaguNotas Mentales: Vivir en tiempos de deportes guionados

LaguNotas Mentales: Vivir en tiempos de deportes guionados

LaguNotas Mentales: Vivir en tiempos de deportes guionados

Por Daniel Tristán/Kriptón.mx

“El deporte ya piensa como serie, no como rito.”
La frase no es un adorno ni una ocurrencia ingeniosa: es un diagnóstico. Y como todo buen diagnóstico, incomoda.
Durante décadas, el deporte fue un ritual. Se repetía cíclicamente, exigía tiempo, paciencia y una fe casi religiosa en que el desenlace, tarde o temprano, llegaría. Había domingos largos, partidos densos, carreras previsibles y campeonatos que se cocinaban a fuego lento. El espectador no era cliente: era creyente. Iba, se sentaba, esperaba. El rito no pedía prisa.
Los tiempos han cambiado. Hoy las ligas saben que compiten no contra otros deportes, sino contra la atención. Contra el scroll. Contra el clip de treinta segundos. Contra el highlight que resume una noche entera en ocho jugadas bien editadas. El público joven (ese bien tan codiciado) ya no está dispuesto a regalar dos o tres horas a cambio de una promesa emocional que tal vez no llegue. Y el deporte, lejos de resistirse, decidió adaptarse.
Ahí aparecen los ajustes. El reloj para los pitchers en el béisbol. Las pausas recortadas. Los formatos rediseñados. Las finales que ya no se sienten como consecuencia natural de una temporada, sino como episodios finales cuidadosamente tensados. No se amaña el resultado (asegurar eso sin pruebas contundentes sería cruzar una línea peligrosa), pero sí se manipula el escenario. Se acelera el ritmo, se reduce el silencio, se compacta el tiempo muerto. Se diseña el suspenso.
Y de pronto ocurre algo curioso: finales que se definen al último segundo, campeonatos abiertos hasta el límite, desenlaces dramáticos que durante años parecían haber desaparecido vuelven a suceder. El público habla de “la mejor final en décadas”. Los medios celebran. Las redes explotan. El deporte respira. El engranaje del negocio comienza a andar mejor que nunca.
Pero la pregunta incómoda no tarda en llegar: ¿esto es espontáneo… o es consecuencia directa de haber convertido al deporte en una serie de televisión?
Porque una serie vive del clímax. Necesita tensión constante, giros, finales memorables. Una temporada floja se perdona si el último capítulo salva todo. El problema es que la serie siempre necesita superarse. El siguiente final debe ser más intenso que el anterior. Más cardíaco. Más cinematográfico. Más compartible.
Justo ahí está el riesgo.
No en el amaño directo, sino en la lógica que se instala de fondo: si el drama funciona, hay que producir más drama. Si la incertidumbre engancha, hay que estirarla. Si el final al límite recupera audiencia, habrá que garantizar que el límite esté cada vez más cerca del abismo. Y como ocurre con cualquier estímulo intenso, llega un punto en que la dosis deja de ser suficiente.
El deporte corre el riesgo de caer en la misma trampa que las drogas narrativas: cada año necesitar más para provocar lo mismo. Más tensión. Más artificio reglamentario. Más urgencia. Más espectáculo. Menos espera.
¿Y entonces qué?
Cuando el último segundo ya no sorprenda.
Cuando la remontada deje de ser milagro y se vuelva expectativa.
Cuando el suspenso programado se sienta tan obvio como el guión de una serie agotada.
El rito, por definición, no necesita sorprender siempre. Se sostiene en la repetición, en el sentido, en la memoria compartida. La serie, en cambio, vive bajo una amenaza constante: si no impacta, se cancela. Y el deporte, al adoptar esa lógica, se coloca en una cuerda floja.
Porque el día que el drama no alcance, el problema ya no será técnico ni reglamentario. Será existencial. ¿Qué hace un deporte cuando ya no puede aumentar la intensidad sin traicionarse? ¿Hasta dónde puede estirar el suspenso sin vaciar de significado el juego?
Tal vez la pregunta de fondo no sea si el deporte se está volviendo espectáculo, sino si podrá recordar, en medio de tanto guión, que alguna vez fue rito. Que alguna vez pidió tiempo en lugar de likes. Que alguna vez confió en el proceso y no solo en el final.
El peligro no es que el deporte se amañe.
El peligro es que se vuelva adicto al clímax lleno de drama.
Y las adicciones, tarde o temprano, siempre pasan factura.

 

Compartir con
Valora esta nota

ingenioti.ch@gmail.com

Sin comentarios

Sorry, the comment form is closed at this time.