HomeESTADOLaguNotas Mentales: Nacer en S.L.P. (Crónica Potosina #1)

LaguNotas Mentales: Nacer en S.L.P. (Crónica Potosina #1)

LaguNotas Mentales: Nacer en S.L.P. (Crónica Potosina #1)

Por Daniel Tristán/Kriptón.mx
Uno no elige dónde nacer. A mí me tocó llegar al mundo en la Clínica Díaz Infante, ese edificio de la calle Arista que ya carga con más de ochenta años de historia y que, en cierto sentido, se convirtió en la puerta de entrada para miles de potosinos. Me gusta pensar que aquel primero de junio de 1940, cuando fue inaugurada por los médicos Augusto Díaz Infante Ortuño y Manuel Nava Martínez junto a sus hermanos y colegas, la ciudad abrió también un nuevo capítulo de sí misma. Desde entonces, ese sanatorio —que con el tiempo dejó de llamarse así para convertirse en clínica— ha visto desfilar a generaciones enteras, cada una con sus llantos de recién nacidos y suspiros de familias nerviosas.
A lo largo de sus primeros años, el lugar fue atendido por las Reverendas Marianas de León, Guanajuato, quienes dejaron su impronta de disciplina y vocación hasta 1982, cuando fueron reemplazadas por licenciadas en enfermería. Esa anécdota, que parece un pie de página de la historia médica de San Luis, es en realidad un retrato de la ciudad misma: un espacio donde lo religioso y lo secular, lo antiguo y lo moderno, siempre conviven en una transición lenta, casi ceremoniosa.
Nacer en San Luis Potosí tiene un encanto especial, aunque a veces uno tarde en descubrirlo. Somos una tierra donde caben todos los climas: tenemos bosques en la sierra, desiertos que parecen no tener fin, la humedad de la Huasteca potosina y el aire seco del altiplano. Esa diversidad de paisajes nos da la ilusión de que el mundo cabe dentro del estado, aunque sabemos que la ciudad capital, con sus calles y sus plazas, suele imponerse como el escenario definitivo de nuestra vida cotidiana.
Los potosinos hemos aprendido a vivir con la etiqueta del “underdog”. ¿Qué significa eso? En los deportes, el underdog es el que nunca parte como favorito, el que siempre va a contracorriente, el que pareciera condenado a perder… pero que, de vez en cuando, sorprende. Y en San Luis nos reconocemos en esa figura: en el fútbol, en el basquetbol, en el béisbol, rara vez somos protagonistas de gloria nacional, pero eso no nos quita la pasión. Sabemos sufrir los partidos como se sufren los baches después de la lluvia: con resignación y un toque de humor.
La vida cultural tampoco ha sido generosa del todo. Durante años los grandes conciertos pasaban de largo. Los artistas internacionales se detenían en Guadalajara, Monterrey o Ciudad de México, y en sus itinerarios San Luis aparecía como un punto ciego. Eso ha comenzado a cambiar poco a poco, pero todavía arrastramos esa sensación de que la ciudad es la eterna olvidada en el mapa. Lo mismo pasa con nuestras calles: entre los baches y el pésimo sistema de drenaje, hemos aprendido que ser potosino es compartir carencias con la frente en alto, porque al final de cuentas nadie nos gana en creatividad para sortear un charco o esquivar un socavón.
Y aun así, a pesar de todo, hay una belleza silenciosa en haber nacido aquí. La Clínica Díaz Infante puede no ser un monumento turístico ni aparecer en las postales oficiales, pero es un espacio cargado de memoria. Por sus pasillos han pasado tantas historias como nacimientos ha presenciado. Ahí, por ejemplo, vio la luz Enrique Burak, el reconocido comentarista deportivo, lo cual confirma que en San Luis también se alumbran voces destinadas a escucharse lejos. Sin embargo, los ejemplos de celebridades nacidas en esa clínica no son demasiados. Y ahí cabe una reflexión con humor: quizá la ciudad no produce tantas figuras famosas porque no quiere compartir el escenario.
San Luis Potosí es celoso. Prefiere ser él mismo la celebridad antes que multiplicar ídolos de carne y hueso. Desde sus carencias y silencios, la ciudad parece reclamar protagonismo: sus edificios coloniales, sus calles empedradas, sus lluvias impredecibles, su calor aplastante y sus noches frías son las verdaderas estrellas de la función. El potosino nace sabiendo que, más allá de su biografía personal, siempre estará ligado a una ciudad que brilla a su manera, con luces opacas pero persistentes.
Nacer en San Luis no es, pues, un accidente geográfico. Es aceptar la herencia de una ciudad que enseña a resistir y a reírse de sí misma. Es crecer en medio de un entorno que obliga a remar contracorriente, pero que también ofrece la recompensa de sus paisajes, de su gente y de su historia. Quien nace aquí aprende que la vida no se trata de presumir victorias espectaculares, sino de encontrar belleza en la resistencia cotidiana.
La Clínica Díaz Infante, con su fachada sobria en la calle Arista, es testigo silencioso de ese destino compartido. Ahí dimos nuestro primer grito, y desde entonces seguimos con la misma cara de asombro: la del potosino que no sabe si reír o aguantar la seriedad de la ciudad que le tocó. Quizá eso sea lo más lindo de todo: que entre las carencias, los baches, las ausencias culturales y los triunfos modestos, San Luis nos recuerda cada día que haber nacido aquí es, en sí mismo, un acto de orgullo.

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