Las travesías de lo maravilloso

Por Didier Armas/Kriptón.mx

Recuerdo montar la bicicleta durante tardes elásticas y amoratadas. Los niños circulaban por las calles sin el menor dividendo de terror, e incluso reclutaban a otros para emprender la aventura. En aquellos tiempos (estoy hablando de la década de los noventas) fluíamos como un oleo de Zaza Papidze: visionarios y en
comunión, creativos en la sencillez de nuestro contexto, bastaba pestañear para crear organismos fantásticos, no por nada Nadia López García dice: “Los niños son poetas, no le tienen miedo a las metáforas”.
Platicaba con mi pareja sobre aquellas travesías de lo maravilloso y de como la madurez erosiona el sentido de la audacia imaginativa, sí, aquellos planes de la niñez como -y perdonen los clichés- ir a la caza de un arcoíris, adentrarse a construcciones intestadas en busca de lo sobrenatural, vaya, derrumbar el horizonte
a tiro de canica, y los planes de la infancia podrían seguir en una lista interminable, verdaderos creadores ellos. Sin embargo, el adulto es el Homo consumens: sus planes están determinados por la compra de un servicio o producto, devorados por las fauces insaciables de la mercadotecnia, claro, existen aquellos intrépidos que
desafían al status quo injertando alas a las monedas para desprenderse de los ritos
capitalistas.
La amistad es un tiro de gracia a la cara del sufrimiento, es la dosis exacta del fármaco contra la soledad, su compañía abarrota las plazas vacías que en ocasiones nos extiende la habitualidad, y quizá en sus más hondos páramos existe siempre esa perspicacia de diseñar nuevos y auténticos planes, en búsqueda de saciar uno de los instintos prístinos de la raza humana: agruparse para entrelazar las almas en el goce, el infortunio o simplemente por izar el ocio en las cada vez más remotas áreas de esparcimiento.