Balumba: Reseña del poemario 300 hilos de Octavio Ignacio Pérez o la búsqueda de un Tiempo primordial
Por Dider Armas/Kriptón.mx
Hay poesía que nos instala en un Tiempo primordial, aquel que precede a la división entre pasado, presente y futuro. Un tiempo no lineal, pero sí cíclico y eterno, en el cual todas las culturas coexisten simultáneamente. Una experiencia ontológica que trasciende las limitaciones de la temporalidad ordinaria y nos conecta con lo más profundo de la especie humana: el mito. Es así la poética de Octavio Ignacio Pérez, el cual empuña un manojo de lenguas, lenguas que por individual hablan sobre su cosmovisión y cosmogonía, y parafraseo al poeta Jaime Labastida: “El poema tiene un comienzo litúrgico y oral, donde por intuición el tiempo se desdobla”. La mezcla de símbolos permite a Octavio proponer un espacio donde surge un tiempo descoyuntado de este, que tiene por objeto la búsqueda de una identidad colectiva.
La lectura del poemario 300 hilos merece una rodada de ojo sosegada y contemplativa, solicita profundizar en la riqueza de simbolismos. Es una propuesta neobarroquiana, mística y neorromántica dentro de la lírica mexicana: las referencias a dioses, rituales religiosos y lo sagrado en la naturaleza se manifiestan periódicamente y sugieren una interacción, un baile, entre lo sagrado y lo profano, donde el poeta es el hierófano, locutor y lector de lo sacro, por ejemplo, en el poema 400 reces (del cual agradezco la dedicatoria), el eje cósmico se le concede al mar: originador y sepulturero de los seres. Así el mar asegura la renovación por medio del sacrificio. El mar es el arquetipo de lo trascendente y eterno: “A donde estos lagos otrora/ cúspide de abundancia, / residieron recién moléculas de agua.” El lago, los lagos, el agua invocada desde la cultura wixárika, desde su cartografía romboide que mantiene una relación entre el altiplano potosino y Jalisco. En ese rombo existe un recorrido físico que en el poema de 400 reses es representado a través de latitudes en desplazamiento, y a la vez por el movimiento espiritual (de mayor relevancia a nivel poético) donde una peregrinación de metáforas avanza en pos del misterio y la maravilla, y restaura así el molde primordial del tiempo, como en un viaje a nuestra semilla psíquica. “La elaboración del misterio en certeza”, escribiría José Emilio Pacheco sobre la redacción de todo poema, quizá refiriéndose a la fecundidad polisémica de la poesía que no se deja asir, ni materializar con exactitud, pero la intuición se debe elevar sobre la compresión, la imagen sobre el concepto, y durante la tejeduría de los 300 hilos de Octavio Ignacio se prepondera, no la definición, sino lo intraducible por medio del ritmo en la palabra.
En ciertos poemas como Libro Azul y 300 hilos (sobre todo en los que conciernen al oficio del poeta-tapicero), existe un estadio lacaniano, el estadio del espejo: donde el sujeto se encuentra con su propia imagen reflejada y comienza su viaje hacia la identidad, misma que gradualmente se va mitificando echando mano de la cultura egipcia, griega, wixárica y algunos tintes judeocristianos. Los sincretismos se van urdiendo a través de todo el poemario de 300 hilos, y causan un efecto de novedad arcaica, a propósito de ello, decía Octavio Paz que la novedad y la tradición no están en conflicto, sino que ambas se complementan para continuar con el avance de la literatura.
Octavio a tijerazos corta su propio aparato psíquico, y vemos como la hoja en blanco es revestida por estas trizas lingüísticas, por aquí y por allá Taitet (la antigua diosa egipcia del tejido, del arte de tejer y los tejedores) va guiando la mano de Octavio para grapar el acento prosódico a la palabra, para rellenar de espuma los sustantivos (brindarles el nuevo peso semántico que permite la poesía), para tapizar el libro de grecas y versos, he aquí que el loveseat es el espejo que permite al poeta-tapicero un reflejo de sí, uno más íntimo, más honesto sobre su trascendencia.
Y así como los editores: Jorge Esquinca, Emanuel Carballo y Luis Fernando Ortega encomendaron este libro a la palabra de roca traspasada por la violencia del océano en memoria del poeta Gonzalo Rojas, por mi parte le otorgo el mejor designio guachichil que el antiguo rito de la flecha ensangrentada pueda conferir.
Didier Armas
San Luis Potosí, S.L.P.