“Desvivirse” y el miedo a las palabras
Por Joserra Ortiz/Kriptón.mx
Hace más o menos un año comencé a hacer videos para TikTok y desde entonces es la red social que más consumo. Como en todo, hay cosas que me gustan mucho y otras que detesto. Por ejemplo, me parece excelente que su algoritmo se de cuenta de la clase de contenido que más me gusta ver, y me muestre muchísimos clips de perros, recetas que nunca cocinaré, opiniones literarias que comparto, chicas lindas maquillándose, chismes de gente que no conozco o curiosidades sobre monstruos, alienígenas y teorías conspirativas sobre quiénes gobiernan el mundo. Por otro lado, me amargan las encuestas callejeras, los comentarios vacíos de los coaches de vida, los jóvenes seudo-opinadores muy rubios que me recuerdan a los jipis fresas con quienes estudié y los videos con “diez datos que no conocías”, pero que sí conocía. Más allá de eso, sin embargo, lo que más pero más me disgusta de ciertos videos de Tik Tok es el miedo al lenguaje.
Entiendo que el uso de TikTok obliga a seguir algunas normas comunitarias pensadas para el bienestar general, por lo que básicamente ahí se regula que nada incite al odio o a la violencia. Por esa razón se censuran las creaciones, discursos e imágenes que puedan invitar al extremismo, al racismo, a las actividades ilegales o consumos prohibidos. Para el bien de todos, no se permite el acoso, la intimidación, la desnudez, la pornografía, la inseguridad de los menores de edad, la suplantación de identidad, ni mucho menos la invitación al crimen, al asesinato, al abuso, al suicidio o a la mortificación. Creo que los videos que caen en estas categorías son eliminados por el algoritmo que todo lo ve, y las cuentas de los usuarios que los hacen o los suben, son canceladas. Un conocido mío, por ejemplo, fue dado de baja de forma automática porque creó una cuenta para organizar apuestas de dinero. Otro tuvo el mismo desenlace cuando compartió algunas de sus acuarelas donde mostraba pezones femeninos. Ignoro si fuera de TikTok alguna de estas actividades es ilegal o abiertamente criminal, pero sé que en el mundo de la recreación y del arte, nunca lo han sido.
No considero exagerado pensar que la obediencia extrema a los lineamientos que propone la plataforma, y seguramente todas las redes sociales, terminan convertidos en un acto de censura antidemocrática que afecta nuestra libertad de expresión, un derecho por el que la humanidad ha derramado muchísima sangre. El miedo a ser eliminado de los contenidos compartidos, y por lo tanto ser silenciados en el diálogo global que permiten las tecnologías actuales, ha conducido a un comportamiento general que elige las palabras desde la sospecha y el miedo. Nadie quiere utilizar las palabras comunes y corrientes que el algoritmo podría detectar como peligrosas y prefieren callarlas, cambiarlas o disfrazarlas para comunicar lo que sea que quieren decirle al mundo. Vocablos como “muerte”, “suicidio”, “asesinar”, “herir”, “maltratar”, “coger”, “violar” y “violador”, “abuso” y “abusador”, “pornografía”, y tantos, tantísimos otros, están aparentemente ausentes de los videos que hacemos y consumimos diariamente.
Curiosamente, como el lenguaje es una entidad viva y la comunicación es una necesidad humana, de entre el pantano de la autocensura, han ido surgiendo nuevos usos para palabras comunes. El que más me impresiona es el uso que ahora tiene el verbo reflexivo “desvivirse”, hasta hace poco siempre usado para hablar del esfuerzo, el ahínco o el anhelo con el que alguien hacía algo. Ahora, en las redes, desvivirse es la forma habitual para llamar al suicidio y al asesinato sin hacerlo por su nombre. Es verdad, utilizando la palabra de esta manera, los comunicadores consiguen compartir un mensaje a pesar de las limitaciones persecutorias del medio que necesitan para expresarse. Sin embargo, hacerlo es contraproducente para la historia de la libertad de expresión, y esto ha abierto las puertas a que cada vez que surja un tema, un evento o una necesidad ideológica que pueda resultar incómoda, los medios que se han creado para nuestra convivencia pública decidan callarnos con la promesa de borrarnos públicamente. De hecho, esto está pasando ya: ante la impresionante escalada de violencia bélica por parte de Israel ante los atentados terroristas de Hamás en octubre de 2023, la polarización ideológica llevó a que muchas personas solo se sintieran libres de expresarse utilizando sus redes sociales. Cuando algunos personajes públicos se interesaron por apoyar la causa árabe frente a la judía, no solo sus contenidos fueron cayendo de las redes, sino que, como fue el caso de la actriz mexicana Melissa Barrera, el miedo a la censura llevó a sus empleadores a rescindir su contrato.
Más allá de eso, es importante recordar que el miedo al lenguaje nos priva de expresar las causas correctas como deben decirse. No se puede hablar de los riesgos del suicidio juvenil sin mencionar esa palabra, ni señalar los abusos, las violaciones y los crímenes con malabares lingüísticas. No quiere ser paranoico, pero lo soy: a final de cuentas, ¿a quién le conviene que las cosas no se digan como son? Seguramente, a quienes tienen miedo.