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Los luchadores ahora en streaming

Los luchadores ahora en streaming

Joserra Ortiz/Kriptón.mx

La lucha libre es el espectáculo que normaliza lo extraño. Sus personajes con su lenguaje particular, que combina la violencia del deporte de contacto con la belleza de la coreografía, permite que la sociedad entienda y acepte al otro: nadie es anormal en el ring, todos se entienden como parte de un mismo esfuerzo.

El cine mexicano de luchadores fue un evento cultural que no ha tenido similitud en nuestro panorama fílmico. Ningún género ha sido jamás tan explotado como este, y por lo mismo, ningún otro relato contado en las oscuras salas de cine tuvo tampoco la repercusión popular que consiguieron las luchas. Ni los charros, ni los gánsteres, ni las rumberas, ni cualquier otro arquetipo llevado a la pantalla grande en producciones idénticas entre sí, logró el arraigo que tuvieron las aventuras del Santo, el Blue Demon, Mil Máscaras o el Huracán Ramírez. Este éxito se debe a que, a diferencia de otra clase de personajes, los luchadores fueron los primeros héroes transmediáticos: sucedían en el cine, al mismo tiempo que en las arenas, los salones de espectáculos, las revistas, los cómics, la radio, el coleccionismo de estampas y juguetes, y finalmente, cuando se superaron las prohibiciones morales del llamado “milagro mexicano”, en la televisión.

Los luchadores siempre han sido atractivos por varias razones: la estética de las máscaras y los equipos, por ejemplo, o el dejo mitológico de los seudónimos y las personalidades, así como por los valores positivos en que enfundan su heroísmo. Rudos o técnicos, tienden a ser ejemplos para seguir: son ante todo atletas que se pronuncian por los valores más fundamentales de la sociedad. En el caso del cine, sus películas son admiradas porque estos hombres mortales se presentan luchando contra fuerzas superiores a la norma, muchas incluso provenientes del inframundo o hasta del espacio exterior. Todas la encarnaciones del mal y del terror, desde el primitivo vampiro hasta la moderna bomba atómica, se vieron alguna vez impedidas de terminar con la humanidad por la intervención de un luchador.

Entre las décadas de 1950 y 1970 se filmaron alrededor de doscientas cintas de luchadores. La mayoría se conservan, y todavía en las décadas posteriores, y hasta nuestros días, no se han dejado de hacer productos audiovisuales que trabajan el tema de la lucha libre. En el tiempo reciente, sin embargo, la repercusión que podía tener el luchador en el cine como símbolo e ideal identitario no había superado las limitaciones que su propio modelo narrativo impuso hace medio siglo. Fuera de seriados de animación como “Mucha Lucha” (2002-2005), “Santo vs los clones” (2004), “El Tigre” (2007) y el largometraje “AAA: La película” (2010), todos evidentemente dirigidos principalmente a los niños, el personaje del luchador no se empleó de ninguna manera interesante para un público adulto durante décadas, hasta el año 2015 cuando el maestro Arturo Ripstein tomó el caso real del asesinato de Parkita y Espectrito II, para hacer el soberbio filme “La calle de la amargura”. La anécdota de esta película, con fuertes influencias neorrealistas, utiliza la muerte de esta pareja luchística para reflexionar sobre la dura experiencia de vivir en los contextos de precariedad urbana siempre violenta y, como casi no se exhibió en salas comerciales, puede verse en la plataforma de Amazon Prime.
Las plataformas, en cierta medida, han venido a revitalizar el género de la lucha libre. Me parece muy feliz la coincidencia de que, en lo que va de este año de 2023, se hayan ya presentado en streaming tres proyectos luchísticos muy interesantes y bastante originales, a pesar de que sus calidades finales no sean lo mejor que se podría esperar. En los tres casos se trata de producciones de primer nivel que muestran, sobre todo, las posibilidades narrativas que puede alcanzar el personaje del luchador, así como los paradigmas que este modelo heroico puede ayudar a romper para el mejor entendimiento de nuestra sociedad.

En primer lugar, hay que destacar “Contra las cuerdas” (Carolina Rivera) la serie de streaming de diez episodios exclusiva de Netflix. Esta historia cuenta el complicado ambiente de la lucha libre femenil, entramando el relato del cuadrilátero con el violento drama cotidiano que sufren las mujeres en México. Es verdad que la historia tiene sus altibajos y hay episodios muy aburridos, porque no llevan la historia a ningún lado, pero en general es un relato muy bien conseguido de muchas dificultades que pasamos por alto: la dificultad de la reinserción social, la violencia de género, la violencia entre pares, las disparidades jerárquicas, la tragedia de la familia desmembrada o el papel de las infancias en las estrategias adultas.

Esa misma centralidad de la infancia como pretexto desde la lucha libre, se encuentra en el exitoso cortometraje “Huracán Ramírez vs La Piñata Asesina” (Tania Verduzo y Adrián Pérez), estrenado igualmente este año, pero en YouTube. Esta producción es ante todo una curiosidad: se trata del primer corto grabado, editado y producido completamente con la tecnología iPhone. Más allá de eso, y que entre las tomas desfilan una gran cantidad de luchadores muy populares, esta película valora el peso de la tradición al revivir al Huracán, uno de los iconos fundamentales del deporte-espectáculo, al tiempo que hace un llamado en el porvenir: el luchador retirado, una vez vencido el mal nuevamente, le otorga a un niño la posibilidad, o el encargo, de continuar ahora él con su nombre. La infancia en México es, sin duda, uno de los sectores más golpeados por la inseguridad que vivimos día con día: los pequeños, invisibles e ignorados, terminan por convertirse al mundo del crimen, ya sea como víctimas o victimarios, muy comúnmente. Que esta breve película le otorgue al infante otra posibilidad, me parece una moraleja muy necesaria.

Por su parte, la película “Cassandro” de Roger Ross Williams, que ha tenido bastante éxito en la plataforma Amazon Prime desde su estreno este mes de septiembre, retoma de manera quizá no muy fidedigna la historia de vida real del luchador Cassandro el exótico, misma que ya se ha contado varias veces en documentales y reportajes (¡incluso uno de tacos donde se trata el tema de este luchador, de refilón). Este personaje representado y vivido por Saúl Armendáriz es, sin duda alguna, una vuelta de tuerca al paradigma de lo luchadoresco: es un hombre homosexual y ciudadano norteamericano que se convirtió en una de las figuras más importantes de un discurso machista que es muy mexicano. En líneas generales, la película no es excelente, tiene personajes gratuitos, como el representado por Bad Bunny, o meramente caricaturescos, como el Cochiloco que en esta película actúa el Cochiloco que siempre hace de Cochiloco, la verdad, y carece mucho de impacto dramático. Pero la actuación de Gael García es soberbia y el respeto con que se trata ante el público el drama personal de un hombre fuera de lo común, es excelente.

Lo que más me gustó de la película sobre Cassandro es, a final de cuentas, lo que más me ha atraído siempre del cine de luchadores. Nada de lo que es Cassandro es tomado como antinatural. Para nadie es raro ni verdaderamente molesto en su película que sea homosexual, por ejemplo, y a los detractores de su sexualidad se los gana rápidamente y con base en su desempeño como atleta y como ser humano. El cine de luchadores es así, un espacio justo y amable con todo aquello que no es “normal”. En un país donde lo normal son la misoginia, el machismo, la homofobia y los crímenes de odio, las luchadoras de “Contra las cuerdas” tienen en la pantalla el espacio democrático para su desempeño, así como la infancia del “Huracán Ramírez vs La Piñata Asesina”, tiene en la película la esperanza de algún día visibilizar su existencia. El Santo y Mil Máscaras luchaban contra monstruos difíciles de vencer como la criatura de Frankenstein, el Hombre Lobo o las Momias de Guanajuato, pero al final de la cinta lo conseguían. Cassandro puede, desde la lucha que le toca vivir en la pantalla, seguir venciendo a los monstruos del presente, aquellos que provienen de la irracionalidad y el miedo de nosotros mismos.

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joserra.ortiz@kripton.mx

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