La cultura es un bien social
Por Joserra Ortiz/Kriptón.mx
Si te dedicas a la cultura en cualquiera de sus fases de producción o sus disciplinas de creación, como bien sabes la UNESCO ha organizado en tres ocasiones, desde 1982, la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales y Desarrollo Sostenible. La primera y la tercera, ocurrida hace un año exactamente, y en la que se reunieron 193 países, por cierto, sucedieron en México. La segunda, en 1998, fue en Suecia. La intención de estas reuniones de trabajo y exploración ha sido afirmar que la cultura es un bien público mundial, entendiendo que es el epicentro de las sociedades humanas y sus relaciones con el medio ambiente, las economías y las políticas públicas. ¿Es, más allá de importante, necesario un encuentro de este tipo? La respuesta afirmativa apunta a que ante una realidad mundial aceleradamente cambiante que no ha logrado sociedades pacíficas, equitativas, igualitarias y estables, el fortalecimiento de las estructuras culturales debe ser la solución integral al desanimo existencial que provoca el presente—enfrentado al desastre medioambiental imparable, la precariedad laboral universal y la estupidez generacional ocasionada por lo que fue una descuidada y acelerada transformación hacia nuestra era digital.
La precariedad cultural no es exclusiva de nuestra ciudad de San Luis Potosí, ni es culpa única de los gobiernos en turno. ¿Sabías que, en los breves años de la pandemia, se perdieron, irrecuperablemente, unos 10 millones de empleos culturales en todo el mundo, o que cayeron, quizá para siempre, el 40% de los ingresos económicos en este sector? Las salas de cine y los teatros hoy lucen vacíos; el consumo musical y televisivo se hace mayoritariamente por streaming en contratos baratísimos que no compensan los gastos de producción y tienen en huelga a los sindicatos norteamericanos de guionistas y de actores; las academias con sus expertos certificados han sido suplantadas por los entusiastas de las redes sociales: toda educación universitaria, hoy cabe en un tutorial de YouTube. Para el siglo XXI, el desprecio por la tradición cultural pasó de ser un grito de vanguardia frente al anquilosamiento de las artes plásticas y de la literatura, para transformarse en la alabanza del diseño gráfico como obra de arte y la publicación masiva de novelas maquiladas para consumos inmediatos, en detrimento de una escritura reflexiva y de tesis.
Ninguno de estos ejemplos que acabo de mencionar es malo. La cultura de cada época y sociedad responde a sus métodos de producción y los alcances de su tecnología. Pero definitivamente vivimos en un momento en que han cambiado mucho todos los paradigmas sociales y eso está bien. Es benéfico para nosotros que utilicemos todo lo que está a nuestro alcance para comunicar nuestras ideas y emociones, que también se han transformado: si no pensamos y no nos comportamos como hace medio siglo, nuestros productos culturales y su transmisión tampoco serán los mismos que entonces. En ese sentido, el papel y la sensibilidad de los individuos y sus gobiernos, también debe ser otro y la atención que se le dé en nuestros espacios vitales compartidos a la creación artística, al diálogo y al intercambio cultural tiene que ser congruente con nuestra manera de vivir y adaptarse a las formas del presente.
Al contrario que esto, lo que he venido notando, cuando menos en mi espacio inmediato que es mi ciudad de residencia, San Luis Potosí, es que ante una actualidad cada vez más rápida y centrada exclusivamente en la búsqueda del entretenimiento inmediato, y la formación instantánea para la adquisición de riqueza, a través de la fama y la exhibición, se confunde a la cultura con el espectáculo. No son lo mismo. Recientemente, debido a la inexplicable ola de despidos de directivos de espacios culturales de mi ciudad, ha corrido el rumor de que se planea amalgamar lo que han sido las secretarías estatales de Cultura y de Turismo en una sola. Un gobierno municipal anterior cometió este despropósito, confundiendo el fulgor de los festejos tradicionales y populares que le dan identidad histórica a nuestra comunidad, con las actividades creativas y de divulgación formativa que le dan consciencia y sensibilidad al presente de nuestra sociedad.
Una procesión religiosa, el levantamiento de altares coloridos para recordar a los muertos o la planificación de conciertos masivos con músicos populares no son actividades culturales. Abonan, por supuesto, al aprovechamiento del ocio para la construcción de una conciencia colectiva que a todos nos beneficia y nos ayuda a vivir mejor. Como he dicho antes: cuando todo es cultura, nada es cultura. Considerar “culturales” a estas actividades, convenidas desde su origen como enriquecedoras de capital económico, simbólico y político, solo ocasiona detrimento en el aprecio comunal que se tiene por las presentaciones de libros, lecturas poéticas, conferencias, montajes teatrales, exposiciones plásticas o recitales de cantautores con poco público, que no convocan, por su propia naturaleza, a grandes masas, ni producen beneficios cuantificables inmediatos para nadie. Si los gobiernos sufragan esta clase de eventos, es porque en el mundo neoliberal no son una empresa rentable, y eso está bien porque nada de eso se hace para funcionar como cadenas de producción de bienes consumibles. La cultura no se consume porque no está en su naturaleza, como los alicientes espirituales tampoco tienen precio ni crean empleos. Si fuera un objeto destinado a producir riqueza y confort, la cultura perdería su bien más preciado: la libertad artística, su natural libre expresión y su maravillosa diversidad de formas y fondos.
La cultura es un bien social: es el relato y el retrato de los modos de vivir de quienes la producen. La cultura nos cuenta quiénes somos con la única finalidad de ayudarnos a existir de mejor manera y con menos penurias anímicas y existenciales. Y ese es el fin más noble, ninguna otra empresa humana tiene esa convicción. De ahí que la UNESCO, con quien empecé esta reflexión, entienda que su fortalecimiento y dirección adecuada son indispensables para el desarrollo sostenible de las naciones, pues contribuyen incluso en la construcción de la paz y la búsqueda de todas las seguridades. Solo en la paz, la tranquilidad y la concordia, los seres humanos podemos ser resilientes y trabajar conjuntamente por un mejor presente y un futuro más promisorio. Desmantelar un sistema y una estructura cultural localizada, como dicen que está sucediendo en San Luis Potosí, a la larga, solo produciría más violencia y más pobreza. No creo que ningún gobernante quiera algo así para los suyos.