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SÉPTIMO DURO: El callado dolor de no tenerte

SÉPTIMO DURO: El callado dolor de no tenerte

Por Lucas Lucatero/Kriptón.mx

La mañana de este martes 19 de marzo de 2024 partió Alberto Enríquez; el Hermano Beto como le decía, porque fue como un hermano. Alberto el alegre, el sabio, el maestro. Alberto nació en Aquismón (lugar de la lengua huasteca y aves paradisiacas) un 15 de noviembre de 1946. Desde muy joven se mudó a Ciudad Valles, principal ciudad de la Huasteca potosina. Ya en sus años de bachiller emigró a la ciudad de San Luis Potosí para ingresar en la Facultad de Estomatología. No aguantó mucho ahí, no porque careciera de la capacidad, sino porque su vocación iba más allá; se salió, buscó trabajo de docente (este oficio, el de enseñar, que adoptaría hasta su jubilación) en el internado Damián Carmona, posteriormente cursó la carrera de Psicología (donde conoció a varios psicoanalistas, como Teresita Villa). Durante esa etapa de estudiante le tocó el momento exacto, histórico del taller de Miguel Donoso Pareja y digo “histórico” porque dicho taller buscaba, en un singular experimento, descentralizar los talleres literarios, cuyo epicentro era la Ciudad de México, con figuras tan preponderantes como avasalladoras: Juan de la Cabada o Juan José Arreola, el segundo factor fue que de este experimento emergieron escritores reconocidos con sólida e interesante contribución a la literatura nacional; hablo de David Ojeda, Alberto Enríquez e Ignacio Betancourt, a estos, en mi bagaje como lector, los he visto antologados, mencionados en el panorama internacional de las letras.
Alberto también fue profesor de teatro, allá por los 70; justo ahí lo conoció un tío mío, quien fue su alumno y montaron varias obras. Si mal no recuerdo, Alberto había ingresado como catedrático a un centro de estudios superiores pera hijos de obreros, ubicado a un lado del templo de San José, por el puente del ferrocarril de avenida Universidad. Eran décadas en que se tomaba la izquierda como sinónimo de resistencia. Y es que, Alberto siempre fue fiel a sus ideales que, como todo escritor setentero y empático, fueron los de la izquierda, el socialismo, o que se inclinaron de cierto lado de la balanza en el cual por lo menos se intentó, aunque fuera nomas en planteamiento y de dientes para afuera, una mejor calidad de vida para los marginados.
El libro con el cual lo conocí fue “De cuerpo entero”, con un ritmo cargado, buscaba revelar, si no la profundidad psíquica de los personajes, por lo menos sí reveló que su autor era psicólogo. Lo subsiguiente a esta lectura fue buscar varios de sus textos, yo ya estudiaba Literatura en la Ciudad de México y varias veces escribí su nombre en Bibliunam, portal de bibliotecas, siempre me salía un homónimo investigador (Alberto Enríquez Perea), pero no era él. Por esos mismos años en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM se había puesto de moda leer a Bolaño, yo acababa de leer “Los detectives salvajes” y me encontré con el siguiente pasaje:

“Lo que bien amas nunca perece, dijo uno que estaba junto a nosotros y que nos oyó, un güero de traje cruzado y corbata roja que era el poeta oficial de San Luis Potosí, y ahí mismo, como si las palabras del güero hubieran sido el pistoletazo de salida, en este caso de despedida, se armó un desorden mayúsculo” (“Los detectives salvajes”, p.341)

Con el paso del tiempo han surgido más interrogantes, yo junto con los escritores Vicente Acosta y Alexander Domínguez (quienes nos habíamos tomado en serio el novelón de Bolaño y anhelábamos un viaje similar al que emprenden Ulises Lima y Arturo Belano, pero a la Huasteca para encontrarnos con Alberto de quien, ya sabíamos, como halo de misticidad, que era muy renuente a la politiquería de mundillo literario potosino), nos preguntamos si se refería a Nacho Betancourt (también de piel blanca), puesto que ambos ya eran reconocidos a escala nacional, tanto que mi hermanito Beto fue antologado por el mismísimo Gustavo Sainz (autor de “Gazapo”) en un libro de cuentos: “Jaula de palabras”(Grijalbo,1980), junto a narradores abismales como José Agustín, René Avilés Favila o Salvador Castañeda; para ese entonces Beto tendría unos 34 años (o sea, incluso menor a mí en los instantes en que escribo estas líneas).
Al leer los textos de Alberto el lector se encontrará, como es natural y obvio, con varias facetas de perfeccionamiento; no obstante, considero que su etapa de madurez literaria deviene en “Te juro por esa”, libro con el que ganó el Premio Hispanoamericano de Cuento en 1980 (a sus 34 años, ya dijimos); precisamente ahí viene un cuento en el que ya se denota el erotismo elegante; un tanto añejo, al estilo Peñalosa y que no por eso deja de ser refinado; que marcará su obra hasta su penúltimo libro: “Poemas para una conejita nocturna y sucia”…el cuento aborda una interacción de rutina en el transporte público que se torna erótica, es decir, de una situación común y corriente extrae un suceso único y erótico. En otro de sus cuentos (aquí, el lector perdonará mi mala memoria, pues tampoco recuerdo el nombre del título, pero de que existen, existen, están) contenido en “Fatiga azul de marinero”, otro de sus libros galardonado con el Premio Fundación de Mérida, en 1979, aborda un estilo y temática que, en aquel entonces le comenté a Vicente Acosta que me recordaba mucho a “La semana de colores”, de Elena Garro. No es gratuita esta inferencia, puesto que Donoso Pareja conocía los albores más contemporáneos por los que cruzaba la literatura latinoamericana en el boom y posterior a la fiebre de “Cien años de soledad” o “La ciudad y los perros” en todo el mundo, es lógico pensar que les exigió a sus talleristas la calidad en el estilo, las temáticas innovadoras y riesgos en el lenguaje; al respecto de esta última característica, Alberto mantuvo, como parte de su estilo distitntivo los juegos de palabras, el cual también podemos ver como un rasgo que heredó a sus seguidores, epígonos que aprendieron de él en los talleres de la Huasteca, veamos, como prueba, el título de su último libro: “Faldas a la moral (Anima/l/ados)”.
Lo entrevisté en 2017, porque fue a presentar su libro “Poemas para una conejita nocturna y sucia”, gracias a esta entrevista me honraron con esta columna en Kriptón, pues buscaba acomodarla en algún medio y su director, Enrique Hernández Padrón fue el único que me prestó el espacio: infinitamente agradecido. Nos tomamos un café en la calle 16 de Septiembre. Desde ahí comenzamos una amistad que se fortaleció con las críticas constructivas, las recomendaciones de lectura y los ánimos, la confianza, que siempre necesita un escritor en ciernes. Alberto siempre resistió con su escritura, nunca se corrompió ni se dejó deslumbrar por las ofertas, que sí las hubo, de puestos políticos, cercanos a las ratas de cuello blanco, de traje y corbata. Posteriormente, en 2021, ya que la pandemia nos dejó salir un poco, viajaba rumbo a Axtla a visitar a mi médico botánico y decidí hacer escala en Ciudad Valles para saludarlo. Charlamos, desde que llegué, a eso de las 2 de la tarde, hasta las cuatro de la madrugada (de esta velada pienso escribir una crónica en estos días). Le había dicho que lo visitaría en esta Semana Santa, pero ya el tiempo no nos alcanzó.

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eduardo.rodriguez@kripton.mx

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