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Los novelistas contra la Inteligencia Artificial

Los novelistas contra la Inteligencia Artificial


Por Joserra Ortiz/Kriptón.mx

¿Quién escribe lo que estamos leyendo y lo que estamos viendo? En estos días, parece que la huelga de guionistas norteamericanos llegará a un acuerdo para volver a trabajar, y entre los puntos que más pelearon y, entiendo, ya ganaron, es asegurar que las inteligencias artificiales que producen textos no van a ser entrenadas con el trabajo histórico de los guionistas. Creo que tampoco serán utilizadas para escribir trabajos nuevos y todo esto me parece muy, muy bueno.
Los chats de inteligencia artificial que producen escritos me parecen una muy excelente herramienta para muchas cosas, aunque, la verdad, todavía batallo para entender si es éticamente responsable que se usen para escribir noticias, ensayos escolares, artículos académicos, correspondencia administrativa o cualquier tipo de texto no literario. Sí estoy seguro de que no deben considerarse creadores artísticos, porque sostengo que el arte surge del espíritu humano y la experiencia de vida, con todas sus alegrías y vicisitudes. La literatura, y esto incluye a los guiones de cine, radio, streaming y televisión, es arte, y hoy por hoy mantengo que, como arte, debe existir únicamente como experiencia humana. Claro, esto lo creo hoy por hoy, el mundo cambia todos los días y con él también mi aproximación a las cosas y a las ideas.
Te cuento esto porque acabo de leer en el New York Times que más o menos una docena de novelistas norteamericanos están demandando a OpenAI y su famoso ChatGPT que ya muchos estamos usando. El temor, obviamente, viene de que la inteligencia artificial incursione con éxito comercial en las industrias creativas y las y los escritores se queden sin trabajo. De entrada, porque, obviamente, a un robot no se le pagan regalías, ni se les ofrecen contratos. Uno de los escritores demandantes es Jonathan Franzen, uno de los autores que más he admirado en mi vida adulta, desde que leí Freedom, de 2010, una novela que trata sobre la infelicidad, más específicamente, sobre la manera en que la infelicidad es un suceso que ocurre y se construye con el paso del tiempo, a pesar del amor y las coincidencias. Lo que más me impactó de la novela, es el episodio muy quijotesco de escritura terapéutica que tiene una de las personajes a mitad del libro, donde se evidencia la complejidad de eventos y secuencias que construyen la identidad humana.
¿Puede un robot, una inteligencia artificial, reflexionar así sobre la experiencia de vivir y fracasar en la empresa de existir? Lo dudo mucho. Los chatbots que se entrenan para crear textos, construyen párrafos basados en información guardada en la red e imitando patrones de expresión lingüística empleados en textos humanos. Lo que temen tanto novelistas como guionistas, es lo que deberíamos temer todos los que nos dedicamos a las labores creativas. No se trata sobre la originalidad y pureza literaria de lo escrito por una computadora, sino que se valide la idea de que el arte comienza en la imitación del estilo. La simpleza a la que se reduciría la cuestión artística del hecho literario destruiría más rápida que lentamente nuestra tradición cultural histórica como humanidad. Reducir lo literario a mero entretenimiento y comercio, es anular la importancia que tiene el arte no solo como memoria histórica de lo que somos, sino como un testamento del perfeccionamiento estético y filosófico que construimos generación tras generación. La originalidad de la obra artística es lo que evita que el ser humano se convierta en idiota.

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joserra.ortiz@kripton.mx

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