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SÉPTIMO DURO:Gigante de la posmodernidad

SÉPTIMO DURO:Gigante de la posmodernidad

Por Lucas Lucatero/Kriptón.mx

Era un centro comercial cualquiera. Unas enormes letras rojas en la parte superior recibían a todo el que acudía: “Gigante” (desplegado que aun se alcanza a vislumbrar en una secuencia de la película de “Amores perros”. ¿Quién dice que el cine no puede retratar una realidad de cierta época o periodo? Cuyas letras rojas todavía se distinguen en la foto que adjunto abajo), a los lados muchos locales anunciaban plusvalía, rentabilidad y un sinfín de oportunidades. Recuerdo ir con mi madre a surtir los útiles escolares; no sé si alguien recuerde que eran algo sagrado, criticable por los niños más pudientes, para un niño de los 90, resultaba una misa, todo un ritual (no sé si aun siga siendo así para los niños de la posmodernidad).
La entrada es como cualquier otro centro comercial, con cajones delineados en el asfalto, cada minuto más despintados, cuadros, en los que, milagrosamente, han sobrevivido árboles que se alimentan del subsuelo y una estructura de fachada, que hace años me parecía futurista, con tubos retorcidos
Otro centro comercial que pudo haber existido en Dubái, en California, Lima o San Luis Potosí. La diferencia está en que poco a poco la modernidad digirió el lugar: sus locales, la vida y el movimiento, sobrevivió sólo un Banamex, que es lo único práctico en esta decadencia; sólo un banco sobrevive ante la avanzada mecánica de la actualidad y el “progreso”. Hoy en día, quien acuda en un día cualquiera podrá sentirse en un set de una película apocalíptica como “Balde runner” o en un universo paralelo, similar al que Martin encuentra en “Volver al futuro” cuando interfiere el orden del pasado o en la película “28 días después”.
Y es que, volvamos por “n” vez a Bauman, él cataloga como “no lugares” a aquellos espacios de los que se empodera el capitalismo: aeropuertos, centros comerciales (como del que vamos a hablar), el transporte público; ahí no existe más que una simulación, una careta de la realidad, por eso son “no lugares”, porque son un espacio límbico en el que el sujeto no interactúa ni comprende al otro, mucho menos hay empatía. Espacios donde el individuo adquiere la cualidad de número, desde cuánto pude contribuir. Lugares, cuya maquinaria capitalista, fagocitan a la persona. Me explico: en un centro comercial, un aeropuerto o en el transporte público es muy difícil, no imposible (esto se prestaría, incluso para ficcional izar con la literatura) encontrar al amor de tu vida, tener sexo o filosofar acerca de la existencia humana, primordialmente están diseñado para cubrir ciertas necesidades. Estos no lugres representan la cúspide y caída de ese sistema: valemos lo que traemos en la cartera.
Aquellos que somos potosinos de nacimiento recordaremos esta plaza instalada atrás de la Coca-Cola; hoy oficinas administrativas, pero de niño recuerdo haber visto el embotellado del líquido negro en unos vidrios traslucidos que hace años fueron reemplazados con paredes… para un niño ese era, en ese tiempo, un espectáculo portentoso; una plaza al borde de la carretera Matehuala y entre la colonia Hogares ferrocarrileros, Primera sección. Recuerdo, con mucha melancolía, haber hecho mis primeros intentos de independencia y valentía al caminar solo, a los 12, 11 años de mi casa, su casa, a la de mis abuelitos atravesando esa sección. Lo que se podía apreciar era locales comerciales vivos, activos. Hay una gran calle que simula un callejón donde, antes, según recuerdo, se parqueban los tráilers para abastecer al Gigante…hoy eso parece una escena del crimen.
Lejos de un no lugar nos enfrentamos a un espacio vacío: “lugares a los que no se les adscribe sentido alguno […] inaccesibles debido a su invisibilidad” (Bauman, 2003, p.112). y es que ese Gigante es eso: un vacío, una petrificación del tiempo. Me permití tomar fotografías, que adjunto, y demuestran lo que digo: un sitio carente de sentido, empero que en alguna faceta temporal lo tuvo (en mi infancia, como lo he citado), lugares que son desechos de una modernización fallida. Lo que pasa es que esos “Son vacíos los lugares en los que no entramos y en los que no entramos y en los que nos sentiríamos perdidos y vulnerables, sorprendidos, alarmados y un poco asustados ante la vista de otros” (Bauman, 2003, p.113). Y es que, este espacio al que me refiero, que en otrora fue un Gigante, no sólo ha dejado de ser espacio, no existe el lugar, tampoco el tiempo: se ha detenido en la época que fungió como un no-lugar; algo más perturbador, aun. Desconocemos el tipo de litigio legal que envuelve a este no-lugar para que haya sido abandonado a merced de las personas sin hogar y hasta de los exploradores y grafiteros urbanos, lo que sí es un hecho es que en la tormenta capitalista ni el mismo capitalismo, o sus esbirros, se encuentran seguros, ¿será que nos aproximamos a la misma decadencia, ya anunciada incluso, del capitalismo?
La semana pasada me reuní con el equipo de Kriptón Periódico Digital para olvidarnos de las desavenencias que trae esta vida puerca (en las palabras de Roberto Arlt) con el frío y la amargura fresca del sabor de la cebada y a un punto en el que se cataloga como “flamas” me regresé a mi casa, que es la suya (figuradamente). Al venir manejando sobre la carretera a Matehuala, existe un retorno, casi mortal, al lado de Coca-Cola, antesala de este no-lugar, me percaté de una circunstancia casi surrealista (ya que no me esperaba esta vivencia) que, de pronto, creí que era resultado del etanol; como en una película de Jodorowski, vislumbré, en medio de la oscuridad, colores verdes, morados y verdes de neón y ruidos de música (aquí no recuerdo de cuál). Lo que podríamos encasillar en un juicio clasista y violento, claro está, como los “Kevin”, “Ikers” o las “Jennis”, se encontraban en plena fiesta en ese lugar. Y es que, lejos de condenar o criticar, celebro que el pueblo esté tomando, se esté apoderando de lo que fue, hasta el 2009, aproximadamente, un templo del consumismo. Desconozco sí esta práctica se ha vuelto una nueva costumbre para socializar en un lugar (como aquellos que se juntan, también los fines de semana en el Soriana El Paseo para presumir sus carros modificados) que, lejos de aterrador, también resulta poético, debido a que un sitio que es testigo del devenir; como las ruinas arqueológicas, las casas abandonadas o las iglesias; siempre nos resultarán atractivos, precisamente porque se romantiza la soledad y la decadencia.
Adjunté algunas imágenes que hablan por sí solas. Vidrios rotos, un olor orines penetrante, basura por doquier, el polvo, no del que se almacena cuando se olvida limpiar momentáneamente, sino el polvo anquilosado de los años convertido casi en tierra, una entrada bloqueada para impedir los asentamientos no deseados, en la esquina un bar (que sí recuerdo haber visto en funcionamiento durante mi adolescencia) con el logo y el nombre de cuando el equipo local aun se llamaba “Real San Luis”, grafitis extraños de manos y talentos extraños (¿feos, adelantados, abstractos? No lo sé); en un espectacular jurásico, si se esfuerza en observar, aun se aprecian las gigantes letras rojas, cuya tipografía nos remite a un tiempo ya perdido.
Indudablemente, el ser humano, a lo que más le teme, aunque sea inconscientemente, es al tiempo, “estamos hechos de tiempo”, dijo Octavio Paz y bajo esa premisa podemos tocar un tiempo y un (no)espacio congelado, pero, sobre todo, da un gusto tremendo que esos espacios se los esté apropiando el pueblo para dotar al no-espacio de un significado.

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eduardo.rodriguez@kripton.mx

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