HomeESTADOEncomio al pájaro cornudo. Una aproximación a la poética de Didier Armas

Encomio al pájaro cornudo. Una aproximación a la poética de Didier Armas

Encomio al pájaro cornudo. Una aproximación a la poética de Didier Armas

Por Octavio Ignacio Pérez*/Kriptón.mx

 

I.

Polígono.

…tensa el arco y decreta el destino…

La ultima flecha. Didier Armas

Salvador Elizondo escribió que Othón fue el primer poeta en concebir “…la amplitud del desierto como cosa propia de la poesía.” Es decir que incorpora una nueva imagen-sobre la cual muchos poetas habrán de caminar bajo sol y espinas hasta alcanzar al ser y al lenguaje determinados comúnmente por un espacio geográfico, que incluso es el cuerpo mismo; no solo el cuerpo físico sino el cuerpo espiritual, el cuerpo arqueológico que somos y hemos sido.

En su libro La ultima flecha, el poeta Didier Armas, nos arroja a la ceniza de una historia a la cual sentimos o experimentamos como ajena, pues la brasa que guardado de aquellas fieras fogatas, aun cuando quema, también aleja; y al cabo de los ciclos, petrificada la ceniza, se vuelve arena, minerales, vida. Es el humo de un pasado que vuelve en girones y nubla la razón y la consciencia. Es la flecha, el coraje, lo que atraviesa la bruma y enciende con su tensión y trayecto la fogata primigenia del destino. En este sentido, el joven poeta nos enfrenta a la búsqueda de nuestro Ser y a su lucha al situarse entre dos épocas, cada cual con sus vicios y sus ripios, cada una mas allá de las eras y fuerzas que las traslapan y que en sus cruces el impacto sutil de sus límites desgaja los muros del tiempo para exponer así los vestigios que nos componen como animales humanos. Dichos vestigios son los residuos y tesoros de la historicidad , herencia étnica, geográfica, simbólica y que son puestos aquí como la posibilidad de afirmación de un presente que no ha dejado de ser, pero también se muestran como posibilidad de negar el propio pasado en que fueron concebidos. Por ello, el poeta hacedor de flechas no duda en enfrentarnos a una lectura compleja, ya que nos arroja a una búsqueda arqueológica de nosotros mismos.

Todo el desierto es una vitrina de restos arqueológicos. Y todo huachichil un explorador, que a fuerza de pedernales e ira busca entre una capa geológica y otra el sentido y dirección del ser frente a un destino que, a fin de cuentas, no le pertenece. El poeta ha posicionado su literatura frente al agreste universo poético que lo circunda y con ello alcanza una obra completa, redonda, bien definida y argumentada, que no es sino el reflejo de una sociedad que de a poco se convierte en ceniza. El poeta como arqueólogo de cierto saber busca sus restos, los que fueron de otros pero que le pertenecen por herencia, porque sí. Sin embargo, dichos restos son un naufragio para la identidad que se fue con las turbulentas olas de la conquista; como una rafaga de viento recorriendo el horizonte que él trata de acortar con la tension del arco, una tension que corresponde a la estructura musical que genera el coraje, el hambre, la ira de saberse heredero de una riqueza lingüística, mítica,  simbólica desvalagada a lo largo de las vias de un tren que resuena día y noche, trayendo consigo las voces de aquellos guachichiles enmudecidos por las arenas del olvido. Por ello, leer aquí se vuelve un ejercicio de excavación,  de ir al fondo, des nacer, desandar la convención histórica del Gran Tunal; girar los maderos que sostienen los fuegos del lenguaje y del silencio y con ello escuchar los sonidos chichimecas.

Y para ello nos pone indicios. Maquamalto,  Don Diego de Malto, Didier Armas logran fundirse en una misma voz y contar en distintas escalas ciertas maneras de domesticación del lenguaje y símbolo huachichil, y cómo esa guerra que es la domesticación culmina en un acto de nacimiento de la cultura potosina. Nada es o ha sido al azar en este libro ni en la historia. Nos encontramos entre épocas y esa incertidumbre no saberse en una pero vivirse en otra es lo que sucede en La última flecha.

II.

Tensión y trayectoria.

De magistral impone y propone un lenguaje férreo, bravo, guachichil, del que extrae la savia suficiente para componer con verdadera sagacidad un desierto muy otro al de Othón. No es sencilla la lectura, como no es  fácil caminar entre espinas o dar filo a la obsidiana, pues así como el altiplano tiene sus juegos y sus leyes, de igual manera Didier Armas constituye las suyas para que andemos (descalzos) el Gran Tunal de su poesía, donde la figura del pájaro cardenal, pájaro cornudo, como él lo llama, se erige como una de las voces que incorpora y desde la cual podemos oír  y decir lo que la tierra Chichimeca nos impulsa a admirar, no solo el vuelo de la flecha sino el inclemente resplandor de la poesía, afilada por el sinsentido del Universo. De ahí que la tensión generada por el arco de su lenguaje decrete el camino, o los varios caminos por los cuáles el cardenal, con su canto de guerra, resignifica la furia y el poderío de las voces chichimecas,  y va rastreando, conforme los personajes se nos presentan, nuestra propia voz que entre biznagas y espinas, los silencios guardan para sí mismos.

Este paisaje o territorio deja de ser nuestro al saber que somos  “…el hombre de ayer”, en vísperas de mirar un mañana borroso que nos incita a ir cada vez mas al fondo en la compresión  de la importancia de restos y fósiles necesarios para sostener el sentido de la vida. Y para ello hay que ir mas atrás y explorar aquella atmosfera donde al niño se le enseñaba que tensar el arco era significar el destino; donde pulir el filo de las piedras nos acercaba a una semántica alejada de lo cuneiforme y desde la cual se componía un andamiaje de saberes y conocimientos nómadas que van y vienen en las paginas que Didier extrae de los socavones de la historia. Y muestra de ello es el trabajo filológico en la rendición de Maquamalto, pues muestra una incesante búsqueda de quien pretende erigir con ruinas un nuevo camino, un paisaje distinto. Diego de Malto, ungido ya, nos narra esa guerra espiritual; secuencia de referencias, como en capas geológicas, el autor nos propone una lectura dinámica, sesuda, con la intensión de hacernos emprender un viaje hacia nuestras ruinas y restos arqueológicos donde el Yo, en una incesante renovación, depura para su fortalecimiento los residuos del odio y de la ira y los convierte en la viva imagen del pájaro cornudo que persiste a lo largo del desierto y del libro como una viva muestra de la belleza del pasado y del presente de la literatura potosina.

III.

Hikuri Neira.

Guerra, hambre y migración aparecen de varias maneras y conforman durante el libro una fiesta del tambor, del mitote, en el cual esos atributos del animal humano se nos aparecen con nostalgia, violencia, añoranza. Y no es para menos pues como escribe ha “…tallado aquí dignas flecas en la región de la ceniza, cantos del castigo y la pena…” Lo que no somos retorna y se mezcla con lo que seremos, y en esta disyuntiva, nos ofrece caminos y roces para encontrarnos con mas certeza en épocas donde, como escribiría Alba Rico: solo aceptamos sujetos metonímicos. ¿Es el cardenal un símbolo de victoria de esa guerra espiritual? Todavía vuela y rasga el calor y el frío en el desierto. Sus voces o cantos resuenan en los maderos que iluminan el rostro de un pasado que de cara al presente, es solo ilusión,  brasa, ceniza desde la cual un futuro enteramente incierto se erige como la única luz en el horizonte huachichil.

Afilamos el coraje pues la roca es ya grafito o tinta. Con ello traza nuestro poeta un polígono de sabiduría,  color, lenguaje, donde podemos andar hasta enfrentarnos a la conquista de los más salvajes instintos humanos, para no romper “la vasija de nuestro ser…” y con ello cumplir un destino a fin de acertar lo que el poeta nos confiere: Ya no somos perecederos / ya no somos mortales. Salir de la mortalidad y fundirnos en el polvo y la ceniza con la certeza de florecer y librar de alguna manera la guerra del espíritu.

A ciencia e historia cierta, no sabemos si ya ha caído la última flecha ni dónde geográficamente tocará tierra. Pero tenemos por seguro que toda su trayectoria ha atravesado nuestras vidas.

*Octavio Ignacio Pérez. Chapala, Jalisco. 1985.
Es poeta, educador, tapicero y artista popular. Ostento el puesto como Delegado de Cultura en San Antonio Tlayacapan durante el periodo de octubre de 2021 a enero de 2023. Es creador del Festival Internacional de Poesía y Narrativa 17 garzas. Ha publicado en revistas impresas como Blasfemia, Meretrices, Papalotzi, Por amor al arte ( y otras) y en virtuales como Ahí va el agua y Campos de plumas. Poemas suyos fueron incluidos en las antologías La tierra en que andamos (Zapotlán El Grande, Jalisco), Trabajar en el gabacho (San Luís Potosí) y Ciudad Poema (Guadalajara, Jalisco). Ediciones El Viaje (Guadalajara, 2014) publico su libro Deja que lleguen las moscas; Editorial Torbellino (San Luis Potosí, 2015) su plaquette Canto medular; además de una muestra de poemas edición de autor bajo el titulo de El jardín de las bromelias (Chapala,2015). Su poema Atardecer en Bonampak fue llevado a video por los músicos y artistas visuales potosinos Ricardo Ariceaga y Andrés Torres bajo IA y otros soportes.
En febrero de 2024, Mano Santa Editores (Independiente de GDL) público su libro 300 hilos. Tiene en puerta una plaquette que lleva por título Error y fragilidad con Libro de Arena Ediciones (Zapotlán El Grande, 2024), y los libros de poesía, Rose Gold (Letra Púrpura Editorial, SLP) y Poética de la migración (Papalotzi Editorial, Chapala-Lagos de Moreno, Jal). Actualmente es tallerista y docente del Taller de Creación Literaria Rumores del Lago, coordinado por Lizzie Castro en Sala de Lectura del Centro para la Cultura y las Artes de la Ribera, en La Floresta, Ajijic, Jalisco.

 

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