LaguNotas Mentales: Crónica Potosina #2. Ft. Canel’s
Por Daniel Tristán/Kriptón.mx
Soñé. Y ya sabemos que los sueños son como esas películas de los sesenta en las que nada encaja, pero todo tiene sentido. Una especie de collage mental en el que John Lennon podría aparecer disfrazado de soldadito mientras un burro levita sobre la Calzada de Guadalupe.
En ese sueño, San Luis Potosí estaba de fiesta: Canel’s cumplía 100 años. Una empresa potosina, nuestra empresa, que había sobrevivido a guerras, inflaciones, presidentes y crisis de todas las naturalezas. El aire olía a menta, a fresa y a tutifruti. Había globos con forma de pastillas de chicle y mariachis uniformados con camisetas amarillas del equipo de ciclismo Canel’s. Todo era celebración, pero también había algo extraño: la ciudad entera estaba hundida en cráteres. No calles, sino paisajes lunares. Los baches ya no eran baches: eran bocas abiertas que se tragaban coches, bicicletas y, a veces, hasta casas y cuadras enteras.
De pronto, en medio del festejo, la familia Canel’s anunciaba un invento revolucionario: una goma de mascar mágica. Una goma que, al masticarse, iba endureciéndose poco a poco hasta convertirse en roca sólida, perfecta para rellenar baches. Así, con la solemnidad de una ceremonia olímpica, miles de potosinos empezamos a mascar chicles colectivamente. Y en cuestión de minutos, los baches se iban cerrando como heridas que por fin cicatrizan.
El espectáculo era delirante: señoras de la colonia Satélite arrojaban bolas de chicle rosa sobre un hoyo que llevaba años cumpliendo aniversarios. Algunos vecinos habían llegado a ponerle velitas y cantarle las mañanitas cada 29 de septiembre: “Estas son las mañanitas que cantaba el Rey David, a este bache tan grandote, se las cantamos así…”. Yo vi a un señor soplar una velita sobre el asfalto y pedir un deseo: “Que dure menos que el trienio del alcalde”.
En el sueño, los baches tenían personalidad propia. Uno de ellos, ubicado en Avenida Industrias, hablaba con voz grave y me decía:
—“Yo ya cumplí siete años. Soy mayor de edad vial. El gobierno me quiere, por eso nunca me tapa.”
Y mientras tanto, las bolas de chicle endurecido caían como meteoritos de colores sobre las calles, rellenando grietas, cerrando boquetes, construyendo una ciudad donde los amortiguadores ya no lloraban. El Canel’s era milagro urbano.
Pero como todo sueño, la cosa se desbordaba. De pronto, los baches tapados empezaban a cantar coros de Strawberry Fields Forever, las banquetas se inflaban como globos y un pelotón de payasos gigantes, encabezados por Zampabollos, mascaba chicles al ritmo de la tambora. El centro histórico se convertía en un enorme mural de goma rosa y azul, mientras los regidores, con sus trajes planchados, aplaudían como si ellos hubieran inventado la receta.
Ahí, entre lo absurdo y lo profético, yo pensaba: qué ironía, cien años de Canel’s para celebrar con chicles, y ni un solo gobierno ha podido celebrar con asfalto. Ni uno.
Entonces, desperté.
Desperté con la resaca de la risa, con ese sabor mentolado que sólo existe en los sueños, y con la certeza de dos cosas:
1. Canel’s sí cumple 100 años, un siglo de dulces que nos identifican como potosinos en cualquier parte del mundo.
2. El gobierno municipal y estatal siguen sin tapar los baches.
Porque los baches no son un mal sueño: están ahí, creciendo, reproduciéndose, haciéndose eternos. Y aunque uno quiera creer en la magia de la goma de mascar endurecida, lo único sólido en la realidad es la ineficiencia de quienes deberían taparlos.
Así que felicidades, Canel’s, por tu centenario.
Y al Gobierno, como siempre: felicidades por nada, gracias por nada.