LaguNotas Mentales: ¿Multas para qué?
Por Daniel Tristán/Kriptón.mx
En México no sobran las leyes. Sobran los discursos, los discursos de ley. Porque lo que nos falta no es marco legal, sino voluntad de cumplimiento. Tenemos leyes para todo y, a la vez, para nada. Para prohibir, para castigar, para simular. El caso de las recientes multas a músicos que interpretan narco corridos en estados como Chihuahua, Baja California y Sinaloa es una prueba más de que, en nuestro país, la legalidad se ha convertido en un acto de teatro con boletos caros y butacas vacías.
Multar a los músicos por cantar narco corridos es un gesto hueco, una pantomima política para aparentar control y moralidad. Una estrategia tan débil como lanzar piedras a un avión. No se detiene el narcotráfico censurando baladas, como no se detiene el crimen multando a los actores de su representación. Las agrupaciones que interpretan estos corridos ganan cifras millonarias por cada presentación, por cada reproducción, por cada verso prohibido que seduce al morbo colectivo. ¿De verdad se cree que una multa de unos cuantos cientos de miles de pesos será un freno para este monstruo cultural?
La realidad es que la multa se vuelve parte del show. El escándalo alimenta al fenómeno. Lo prohibido vende, y eso lo sabe cualquiera que haya estado cerca del mercado. El gobierno cree estar desactivando una bomba moral cuando en realidad le está soplando más oxígeno. Cada vez que se anuncia una sanción, los reflectores giran, el público se enciende y los corridos vuelven a sonar más fuerte, más virales, más rentables. La censura se convierte en promoción gratuita.
Este fenómeno no es nuevo. El mejor ejemplo está en los zapatos de Michael Jordan. En los años 80, la NBA prohibió a sus jugadores usar calzado que no respetara la uniformidad del equipo. Jordan, en alianza con Nike, usó unas zapatillas negras y rojas —las ahora legendarias Air Jordan 1— en clara violación al reglamento. La liga lo multó partido tras partido. ¿La respuesta de Nike? Pagar la multa. Cada juego era una inversión. Cada sanción, un ladrillo más en el mito. Las ventas se dispararon. Las Air Jordan se volvieron símbolo de rebeldía, de distinción, de poder. ¿El resultado? Jordan ganó millones y Nike cimentó su imperio. La ley, en ese contexto, fue apenas una anécdota rentable.
Eso mismo ocurre con los narco corridos. Cada veto, cada multa, cada “prohibición” solo alimenta el culto. En lugar de aislar, amplifica. En lugar de limitar, publicita. Y mientras tanto, los músicos pagan gustosos por romper las reglas. El mensaje es claro: violar la ley es parte del espectáculo. Un espectáculo que rinde frutos, que se traduce en fama, en sold outs, en exclusividad. La ley, una vez más, sirve para enriquecer al que la desafía y para exhibir al que intenta imponerla sin autoridad real.
Pero no confundamos los términos: no estoy en contra de los narco corridos. Sería ingenuo condenar una expresión artística sin entender el contexto social que la produce. El corrido, en todas sus formas, ha sido crónica, catarsis, espejo. Ha narrado hazañas, injusticias, traiciones. En su variante narco, el género no hace más que reflejar la podredumbre del poder, la glorificación del dinero fácil, la normalización de la violencia. ¿Es cómodo escucharlo? No. ¿Es necesario entenderlo? Absolutamente.
Lo que sí rechazo con toda firmeza es esta doble moral de quienes gobiernan y regulan. Multar a una banda por cantar mientras se pacta con criminales, se protege a corruptos y se premia la impunidad es una forma de cinismo. Es intentar apagar un incendio con gasolina mientras se presume la cubeta vacía como trofeo. México no necesita más leyes. México necesita que las leyes se cumplan. Si eso ocurriera, viviríamos en un país casi perfecto.
Pero aquí, quien tiene dinero se compra su excepción. Quien tiene fama se convierte en intocable. Y quien tiene el poder, legisla para las cámaras, no para el pueblo. Las leyes son herramientas de utilería, bellas para la foto, inservibles para la realidad. ¿Quién hará cumplir las sanciones cuando los intereses de por medio pesan más que la integridad del Estado? ¿Quién pondrá freno a las bandas cuando la misma sociedad corea sus letras y paga boletos de miles de pesos para escucharlas en vivo?
La respuesta, por ahora, es nadie. Y mientras eso no cambie, seguiremos multando canciones con la esperanza de silenciar balas. Seguiremos sancionando versos mientras los cárteles se ríen desde sus tronos. Seguiremos aplaudiendo leyes que no sirven, en un país que no las respeta. Seguiremos, como siempre, fingiendo que algo cambia.