LaguNotas Mentales:La radio, el murmullo que no muere
Por Daniel Tristán/Kriptón.mx
En una época donde la velocidad lo devora todo y la imagen se convierte en fetiche, sobrevive una forma de comunicación que se niega a morir. No es la televisión, ni la web, ni siquiera el podcast. Es la radio. Esa voz flotante en el éter, muchas veces despreciada, ignorada o tachada de obsoleta, ha sabido resistir la embestida de todas las revoluciones mediáticas. Como una sombra que se adapta a cualquier superficie, la radio se ha escurrido entre las grietas de los cambios tecnológicos, sobreviviendo a cada intento de exterminio con la paciencia de quien sabe que el tiempo, tarde o temprano, le dará la razón.
Hubo un tiempo en que se creyó que la televisión la mataría. Luego vinieron los vaticinios apocalípticos cuando apareció Internet. Después, el fenómeno del podcast amenazó con robarle el alma. Pero la radio, testaruda y sabia, no solo resistió: se transformó. Y ahora, en una vuelta del destino irónica y casi cíclica, la radio, o más bien, su esencia, está regresando como el centro mismo de la experiencia audiovisual contemporánea.
No, la radio no murió. Sólo cambió de disfraz.
La pantalla, ese tótem moderno que una vez congregó a familias enteras como un nuevo altar de la domesticidad, hoy se encuentra de rodillas ante otro dios: el teléfono celular. La televisión, que alguna vez definió nuestra manera de ver el mundo, ha perdido su cetro. Las nuevas generaciones ya no “ven” la televisión, ni se sientan a esperar el inicio de su programa favorito. Hoy el contenido es ubicuo, inmediato, desechable. Las pantallas están encendidas, sí, pero no se miran; se escuchan.
El fenómeno es inquietante: los jóvenes hoy dicen “ver” una serie cuando en realidad solo la oyen. La pantalla está ahí, pero el foco está en otra parte. Mientras los episodios de Netflix o Amazon corren, los espectadores están en sus celulares, respondiendo mensajes, navegando en redes sociales, atrapados en mil tareas simultáneas. Y, sin embargo, siguen “viendo” la serie. Lo que en realidad hacen es escucharla. Y aquí es donde la vieja reina, la radio, sonríe desde su trono invisible.
Lo que está sucediendo no es otra cosa que una regresión: la imagen se está desdibujando. Lo visual ha pasado a segundo plano. El oído, ese sentido ancestral, ha vuelto a ser el rey de la percepción narrativa. Y es aquí donde la radio, silenciosamente, está retomando el poder.
El contenido del streaming son las nuevas radionovelas. No es casual que los guiones de las series contemporáneas estén mutando. Los diálogos son ahora mucho más explícitos, narrativos, casi expositivos. Las series ya no confían en que el espectador “vea” lo que sucede. Necesitan que “escuche” lo que pasa. La escena no se construye con gestos ni miradas, sino con palabras. Se describe lo que se muestra, como en las viejas radionovelas. Aquellas ficciones que nuestros abuelos seguían con devoción, imaginando rostros, escenarios y climas, hoy reviven en las plataformas de streaming, disfrazadas de televisión.
La paradoja es devastadora: cuanto más avanza la tecnología visual, más nos volvemos hacia lo sonoro. El diálogo, que en otros tiempos era accesorio, ahora carga con todo el peso narrativo. Lo visual se ha vuelto prescindible. Basta con escuchar. Y si basta con escuchar, entonces la televisión ha dejado de ser televisión. Las pantallas, poco a poco, se convierten en radios.
Este retorno del sonido sobre la imagen no es un accidente. Es una consecuencia lógica de la saturación visual. Vivimos expuestos a millones de estímulos ópticos: stories, memes, publicidad, notificaciones, reels. La imagen ha perdido su poder de fascinación. La pantalla, alguna vez ventana al mundo, es ahora un muro de ruido visual. El ojo está cansado. El oído, en cambio, sigue atento.
Y no es menor el detalle de que el sonido es más democrático que la imagen. Uno puede escuchar mientras maneja, mientras camina, mientras trabaja, mientras lava los platos. El sonido acompaña sin exigir presencia. La imagen, en cambio, reclama atención, reclama entrega. Por eso pierde la batalla. Porque en esta era de distracción crónica, el medio que exige menos es el que sobrevive. La radio, por definición, no pide que la mires. Solo que la escuches. Por eso se está coronando de nuevo.
Este resurgimiento de la radio tiene un contexto: vivimos en la época del multitasking. Todo se hace mientras se hace otra cosa. Escuchamos un podcast mientras lavamos ropa, vemos una serie mientras revisamos el celular, cocinamos mientras reproducimos un noticiero en YouTube. Ya nadie se entrega del todo a una sola actividad. La atención es un recurso escaso, y el contenido que requiere menos atención visual es el que triunfa.
¿Y qué medio ha dominado históricamente el arte de hacerse presente sin pedir nada a cambio? La radio.
En este contexto, el contenido audiovisual comienza a transformarse para adaptarse a esta nueva forma de consumo. Las plataformas lo saben. Por eso cada vez más series tienen voces en off, narradores omniscientes, explicaciones innecesarias, redundancias verbales. Están dejando de ser cine y están volviéndose teatro radiofónico. La imagen es accesorio. El sonido es el núcleo.
Hay algo casi poético en esto. La humanidad ha recorrido un camino extenso para llegar a las imágenes en 8K, a la realidad virtual, al CGI hiperrealista, solo para terminar regresando al sonido puro, a la palabra dicha. La tecnología nos ha traído de vuelta al origen. Como si después de toda la evolución, descubriéramos que el mensaje más poderoso no necesita ser visto para ser comprendido.
En esa paradoja, la radio ha ganado. Sin hacer ruido, sin pelear, sin competir. Solo esperando. Porque, al final del día, la voz siempre encuentra la manera de ser escuchada. Incluso cuando no hay nadie mirando.
¿Será esta la forma final de la comunicación de masas?
Hoy en día, los parlantes inteligentes como Alexa o Google Home son, en esencia, radios modernas: reproducen contenidos hablados, noticias, música, programas… sin imagen. El futuro parece ir hacia el minimalismo visual, hacia dispositivos sin pantallas que solo hablen y escuchen. Como al principio.
Estamos, quizás, ante una involución tecnológica que no es retroceso, sino madurez. Una madurez que reconoce que lo más poderoso de la comunicación no está en lo que se muestra, sino en lo que se dice. En lo que se escucha. En lo que se siente sin mirar.
La radio no murió porque nunca necesitó ver para existir. Su poder ha sido siempre el de la voz, el del susurro que acompaña, el de la compañía que no interrumpe. Y hoy, en un mundo sobresaturado de estímulos visuales, es precisamente ese poder el que vuelve a cobrar sentido.
Lo que estamos presenciando no es el fin de la televisión, ni la victoria del streaming. Es el regreso de la Reina. Una reina vieja, sabia, silenciosa. Una reina sin rostro que, desde las sombras, sigue gobernando.
Y esta vez, lo hará sin que nadie la mire. Pero todos la escucharán.