HomeCIUDADCrónica del Treceavo aniversario de Los Blueserables en compañía de Beto’s Blues Band

Crónica del Treceavo aniversario de Los Blueserables en compañía de Beto’s Blues Band

Crónica del Treceavo aniversario de Los Blueserables en compañía de Beto’s Blues Band

Por Didier Armas/Kriptón.mx

En las vísceras del Centro Histórico de San Luis, específicamente en el Franky’sStage se llevó acabo el treceavo aniversario de la banda Los Blueserables, llegué ahí con un sol merendado por las fauces del horizonte, con un sábado masajeado por la liberación del trabajo, ese sábado que dilata sutilmente las expectativas para escapar a la mordedura de la habitualidad. Fui acompañado de los ojos de Adriana, unos ojos anclados en la quietud de un destello, perfectos para contrastar a los demonios azules del blues y no caer en la demolición o el exceso. El edificio costumbrista raspado hasta sus naranjas me recibió con una tostada de aguachile y el primer trago. El tiempo estaba a mi favor, por lo menos faltaba una hora para el comienzo del evento, entonces tenía de dos: preparar una entrevista, preguntas que quizá serían plásticas e impostadas, o, durante la tocada afilar la letra e ir pensando en la médula del momento y sobre de ello generar preguntas, por supuesto que lo segundo sería más orgánico e inesperado (incluso para mí).

La espera puede acrecentar el deseo de alguna experiencia, o bien, noquear los segundos hasta la frustración, pero siempre hay algo con que descoyuntar el tiempo, torcerle el cuello, matarlo pues: una larga caravana de conversaciones o chelas que se van juntando en la mesa como una dentadura ámbar. El ensayo comenzó con las notas de una guitarra como alpiste al foro, musicalidades sueltas, cadencias emancipadas, pruebas de sonido. Al poco rato Beto’s Blues Band acuñó el viento de la noche con sus rolas, dos aerolitos estrambóticos detrás iluminaban la escena, y Beto lucía una camisa que le daba un aspecto escamado, reptilesco. Los solos de guitarra del blues son tantos óleos y lenguajes que es difícil consensuarlos, pero a veces me parecen:

una arremetida de relámpagos que nacen de los escombros

un latigazo de luceros

una guitarra que sale de su cueva

sacudiéndose el largo sueño de la hibernación

ante la vigilancia de una colmena de tímpanos

que quiere

que necesita una dosis de sonido

más allá de la morada del hoy

donde el hábitat es la caída en ascenso

por un solo de blues que machaca los misterios de la noche,

por eso me quedé con mi caguama mientras Betos Blues Band le imprimía su energía al escenario. El repertorio fue de lo viejo hasta el estreno de nuevas rolas:En primer lugar, estrenar una canción como lo hicimos ahorita implica tener huevos, y no es que mi respuesta no sea poética: hay que tener huevos, porque estrenar una canción es como cuando una chica se desnuda por primera vez en el tubo. Cuando estrenas una canción estás apostando a que la gente te escuche. El perder la atención es lo más triste que un artista puede tener, el no compenetrar es valer gorro. Hay que tener valor, arriesgarse y decir: “Esto es lo que soy, si hay gente que lo quiere escuchar que bueno, y no voy a cambiar mi línea.” No voy a tocar una canción que ya tiene éxito por dar gusto, quiero comprometerme y abrir el corazón y quiero entrar al de ellos. — Me respondería Beto después de su actuación.

Llegó el turno de Los Blueserables, y las mesas del foro estaban expectantes a su performance, escuchas de diversas edades enfilados al relincho delirante del blues. Para sus primeras rolas el vocalista revivió la tradición del blues del ferrocarril, canciones que se forjaron a principios del siglo XX por medio de W.C. Handy, quien en la estación de Tutwiler, Misisipi, escuchó el extravaganteslide a cuchillo que un guitarro le imprimía a su instrumento (según la leyenda). Los Blueserables se montaron al ferrocarril y a esta tradición: esa armónica que emula la candente tracción de las vías, esa batería que trastabilla su ritmo por los durmientes, esa guitarra que serpentea los caminos más sinuosos de una Sierra Madre, —Yo creo que haciendo una analogía como las que haces, el bajo es más parecido al paso del elefante, es firme, fuerte, conciso, sigue una candencia, da sustento a toda la banda, hace una función de conexión. Es como los hilos de las redes, porque une lo armónico y lo melódico. Es el rey, me confesaría el bajista. El destello de la locomoción dominó el recinto, y una lluvia de ascuas semejaba caer de estos bluesman’s, su acoplamiento se nutría a medida que pasaban las rolas, y aún poseían una gema en el bolsillo: la fusión de música tradicional huichola y el blues, ello hasta donde lo permiten los instrumentos. Creo que estas versiones representan una postura arriesgada, pero justo de eso se trata el arte: rasgar, romper, reconfigurar para asignarle una nueva voz a lo aterido, quien sólo se queda en la imitación tiende a repetir códigos y a repetirse en lugar de encontrar una identidad artística. —No están listos para saberlo, pero la guitarra más allá de un medio de expresión, me permite la espontaneidad: nunca la vas a escuchar como la escuchaste ahora, porque a pesar de que sean las mismas rolas siempre suenan diferentes, depende del público y otros factores, como mi estado emocional, si hoy estuve triste o contento, todo eso se refleja al escenario. Es impredecible, es como dices, un caballo indomable, pero trato ceder y jalar las riendas del instrumento. — me diría a viva voz el guitarrista.

Dos calaveras de barro atestiguaban desde backstage el baile de los bluseros potosinos, bastante adecuado para esta fusión de géneros. Y yo con mis pensamientos intentaba excavar a pluma en mano los túneles ferroviarios de estas rolas, pero uno muere –o algo más importante muere- si se intentan encajonar los arrebatos musicales, hay que dejar a libre voluntad que la maquina taladradora del blues muela el espíritu, en pos de nuevos horizontes emotivos, aquellos que son un baño de explosivos benignos.  

La noche dio su vida para horadar la memoria de los asistentes, las luces desmayaron, y los soles estrambóticos en la altitud del escenario también llegaron a su ocaso. Terminé la entrevista, y a mi lado los ojos anclados aún al destello de un futuro me sirvieron de guía para volver de la abstracción, pero seguiré con el propósito del poeta Panero escarificado a mis noches: “Baila hasta que la muerte te llame/ y diga suavemente entra/ entra en el reino del rock and roll.”

Compartir con
Valora esta nota

ingenioti.ch@gmail.com

Sin comentarios

Sorry, the comment form is closed at this time.